Uno
Amanecía otro día en el refugio interestelar, iluminado por un sin fin de antorchas led que le dotaba de un brillo antinatural a toda la zona. Anders fue el primero en despertar, como era habitual. Tenía el sueño ligero. Aunque sabía que la cueva estaba desierta y el silencio era pleno, los ecos lejanos a lo largo de la galería marcaban un tintineo de gotas de agua chocar contra el suelo de roca, que ya empezaba a perforarle la serenidad. El receptáculo donde se alojaban era relativamente grande, con una habitación común de literas estrechas para la mitad de los diez integrantes de la expedición, que se turnaban en las labores de recogida y análisis de muestras. Ahora, con él, estaban Melissa, Sarah, Gómez y Bruce. Ellos formaban el equipo dos de este insólito conjunto de cosmonautas llamados a ser el inicio de la colonia humana permanente en Marte ideada por la Agencia Interplanetaria.
Para estar preparando, debían hacerlo con horas de práctica en un entorno rocoso y desolado como el que encontrarían en Marte. Las condiciones en la superficie del planeta rojo son incompatibles con la vida. Los vientos que levantan la arena como un enjambre de abejas furiosas destrozarían poco a poco los trajes espaciales y cualquier construcción que pretendieran instalar en la superficie. Las temperaturas son extremadamente bajas y la radiación estelar por la falta de atmósfera acabaría con todo intento de vida. Lo más plausible sería estar preparado para desplazar la vida debajo del manto de la superficie. Por ello, la Agencia Interplanetaria los eligió para hacer experimentos que emularían lo que encontrarían allí, pero en un entorno mucho menos costoso. En este punto es donde algunos se lo tomaban a chiste, pero era muy cierto y necesario. Una de las cuevas de Cantabria contenía todos los requisitos que podía la Agencia necesitar. Túneles rocosos y llenos de polvo; oscuridad plena en kilómetros de galerías; pero, sobre todo, soledad y desolación.
Anders se incorporó de la litera y se puso la blanca camiseta elástica cubriendo su bien formado cuerpo. Era el oficial de más grado, preparado para misiones tanto tácticas como científicas. Su rostro empezaba a descuidar una barba incipiente, y notaba con cansancio el paso de tantos días. Ya estaban allí más de setenta jornadas. Habían superado ya la mitad del tiempo de la misión, pero era desesperante. Cruzó la puerta hasta la sala del laboratorio.
El refugio era una especie de iglú gigante, no solo por su forma sino por el blanco pulido de sus paredes. Además, relucía las veinticuatro horas del día con sus luces led que bajaban de intensidad en la sala de descanso, pero que casi dañaban los ojos en el resto de habitaciones. Cuando uno de los grupos de cinco personas dormía, el otro de igual cantidad de miembros debía estar o bien en laboratorio, o bien en el exterior testeando las nuevas tecnologías para la posible colonización del verdadero objetivo, el planeta Marte.
Tras unos pocos minutos, la puerta del laboratorio se abrió tras de sí con un suave sonido hermético. Sarah apareció con su eterna sonrisa.
—¡Hola doc! Otro maravilloso día nocturno en nuestras apasionantes vidas —exclamó despertándolo aún más—, ¿o era noche diurna?
Le dio una palmada en la espalda y cogió sitio en un asiento en la zona de la cocina. La esquina del laboratorio hacía las veces de comedor, con una zona de refrigeración, asientos y mesa para conversar y comer los alimentos deshidratados tan insípidos que ahora ya solo te dejaban un sabor de mal humor en la boca.
Poco después aparecieron el resto del equipo, preparados con sus ropas ligeras de un blanco impoluto. Desayunaron con fuerza para preparar la salida al exterior. La misión era clara; debían desarrollar las habilidades para vivir en un ambiente hostil como el del planeta rojo. La Agencia llamó a la misión «aventura con fines científicos». Anders se rió cuando le colocaron la palabra aventura delante. «¿Se creen que somos críos?» La experiencia permitirá a portar conocimientos para permitir que los demás vivan en otros planetas en un futuro, es cierto. Pero de ahí a llamar «aventura» a permanecer cuatro meses aislados en una cueva cántabra de más de un kilómetro de longitud ya era mucho decir.
A más de trescientos metros de la entrada habían instalado la base iglú. En esa zona habían iluminado con leds rojos el exterior. Le daba un aspecto cálido y sobrenatural a la sima. Más de ciencia ficción que de realidad. Pero de esa forma le daba un aspecto más extraño que les introducía un poco en el entorno de su verdadero destino marciano.
Tras terminar el desayuno se pusieron los trajes y salieron. El grupo alfa ya debía haber llegado hace tiempo, pero no habían aparecido aún. Fuera estaba todo en calma, con ese frío húmedo que ya formaba parte fibrosa de sus huesos. Llevaban semanas con esa sensación de congelación que no se habían podido quitar. El asfixiante aire inmóvil de la gruta solo traía el repetitivo tintineo de las gotas que parecían sonar muy a lo lejos del corredor negro de la gruta que se internaba en la montaña, eterno y desquiciante.
No había rastro del otro grupo. Anders dio orden a los cuatro integrantes para que entraran de nuevo y cogieran el equipo de reconocimiento. Mientras, trató de establecer comunicación radio con Mayers, el supervisor del grupo alfa. Nada. Solo ruido.
Salieron al exterior de la base de nuevo, ahora totalmente equipados con tecnología de exploración. Avanzaron lentamente con el sendero que ya conocían hacia el interior de la caverna. Poco a poco, la rojiza luz cadavérica del puesto base se fue quedando atrás hasta transformarse en una especie de lejano anochecer. Encendieron las luces leds de sus cascos, que alumbraban todo a unos metros delante de ellos con un brillo amarillento. Las sombras de las rugosas paredes danzaban a medida que seguían avanzando. Anders iba al frente, con aparente gesto preocupado.
—Grupo gamma comunicando con grupo alfa. Mayers… ¿me escucha? —lanzó la pregunta al intercomunicador del traje. Nada, sin respuesta.
Los cuatro miembros del equipo detrás de Anders se miraron las caras, intrigados y comentando con gestos lo raro de la situación. Sarah se palpó instintivamente la parte del traje donde colgaba el botiquín de primeros auxilios. Algo le decía que iban a necesitarlo.
Tras unas horas avanzando a duras penas por los recovecos caprichosos de las entrañas de la piedra, llegaron la zanja que encontraron días atrás. No encontraron indicios en todo el camino de dónde podía estar el grupo. Al apuntar al suelo con las luces de los cascos solo encontraron las barras luminosas gastadas de anteriores exploraciones, cuando llegaron por primera vez a esa zona a medida que avanzaban los días y las pruebas.
La abertura que tenían ahora delante daba a una bajada por una casi vertical y cortante roca. El túnel progresaba también a un lado. Anders miró hacia abajo. No habían explorado esa zona por la peligrosidad de la caída, y durante esas semanas solo se habían centrado en el corredor que seguía a la izquierda. Sin previo aviso a su equipo, no era posible que el grupo alfa hubiera intentado bajar al vacío.
Los cascos de los demás integrantes se activaron con un ruido como si fuera un dial de radio sintonizando, y se oyó de repente a Anders hablar.
—Voy a iluminar la grieta. Estad atentos. No deberían haber descendido, pero por si acaso —avisó al resto.
Anders echó mano a una barra fluorescente de su cinto, la agitó y dobló. Un fuerte destello verdoso como una luciérnaga surgió de ella. La arrojó al vacío, asomándose seguidamente. Melissa y Gómez estaban también al borde mirando. La luz recorrió los escasos seis segundos que tardaba en golpear el suelo abajo, iluminado con destello fantasmagórico la cavidad. Abajo se podía intuir la forma de las otras dos barras ya descargadas que anteriormente en otros días habían lanzado para comprobar la forma del suelo de la grieta.
Dos
Allí en la parte inferior no había nada. Se intuía un hueco que se internaba más adelante, pero poco más. Entonces, justo cuando giraba la cabeza ya decidido a continuar por el túnel de la izquierda, un brillo en el fondo le llamó la atención por el rabillo del ojo. Miró de nuevo de frente hacia esa posición y extendió el brazo para señalar con el rechoncho dedo cubiertos por los guantes del traje. El sonido metálico de la comunicación sonó en todos los cascos del resto del equipo.
—Observad allí —advirtió a sus compañeros—. Algo brilla según el ángulo de la luz. ¿Es un trozo de cristal?
—Afirmativo —confirmó la voz de Gómez en el interfono—. No sé si es cristal, pero lo parece. Sin duda algo brilla con la luz de la barra fluorescente, y no es propio de la roca del fondo.
—Mirad esto —sonó al tiempo la voz de Sarah.
Los cuatro se giraron a mirar a su compañera. Estaba agachada cerca del borde del precipicio, acariciando la roca del suelo con sus guantes.
—La piedra está resquebrajada. Hay una hendidura no natural —revisó más de cerca la roca dañada—. La forma sugiere que aquí había un clavo y fue arrancado con fuerza. Solo se me ocurre una utilidad para ese clavo. Alguien debió de bajar allí al fondo de la grieta.
Anders se acercó a su posición y revisó el agujero del tamaño que coincidía con los clavos que tenían para colgar las argollas de escaladas de su equipo. Pidió a Gómez que saca uno de los que él tenía en su cinto para compararlo en el agujero. Coincidía en dimensiones.
—Han bajado y, por algún motivo, o están allí abajo aún sin el sistema para subir de nuevo, o tras bajar subieron y lo recogieron todo. En este último caso, o bien salieron de la cueva sin avisar o bien se fueron al túnel de la izquierda. ¿Qué opináis? —dejó la pregunta al aire.
—No creo que hayan salido de la cueva sin hablar con nosotros —respondió casi de inmediato Melissa—. Seguro que hubieran avisado en el campamento base al pasar.
—Si bajaron por algo y volvieron a subir, también habrían informado —dedujo Gómez—. Yo creo que deben haber sufrido algún problema ahí en la parte inferior.
—Opino lo mismo —afirmó Anders—. Bajemos a ver qué sucede.
Todos estuvieron de acuerdo, así que con el clavo y la argolla que portaba Gómez montaron un sistema de bajada enganchando una cuerda de kevlar similar a la que debían haber usado ellos, martilleando el clavo contra la roca cerca del borde.
Bajaron uno a uno Anders, Melissa, Gómez y Bruce. Sarah se quedó arriba, como refuerzo por si se repetía la rotura de la roca que debió sufrir el grupo alfa. Además, no estaban seguros del todo de si volverían del túnel que continuaba en la gruta por la parte superior. Alguien debía estar allí y comprobarlo por si acaso.
Las luces del casco de Anders inundaron de luz el suelo al llegar abajo donde estaban las barras fluorescentes ya consumidas. Efectivamente, comprobaron que sobre la fría y puntiaguda roca de la parte inferior había un trozo de cristal. Era ligeramente ovalado, con el grosor del casco. Sin duda debía ser de uno de los trajes de sus compañeros, así que todo apuntaba a que habían pasado por allí, posiblemente tras un accidente.
Revisó con un giro de cabeza toda la hendidura en la parte inferior. Era muy estrecha. Las cortantes rocas que sobresalían de las paredes rozaban el traje de los cosmonautas, que debían colocarse en fila una vez todos abajo, pues el ancho no superaba apenas el metro. Una segunda grieta en el suelo bajaba como un escalón a otra cavidad en la roca. El jefe de la expedición encendió otra barra y la arrojó dentro. El hueco se iluminó dejando intuir tras la bajada otro espacio amplio por el que podían descender.
Anders hizo una señal a Sarah, la cual miraba con interés desde arriba lo que hacían. Le indicó con un gesto que avanzarían por la parte inferior. Ella confirmó con un movimiento afirmativo de cabeza y mostró su pulgar hacia arriba.
—Dadme un minuto, voy a asomarme —pidió Anders a los compañeros de abajo—. Parece otra cavidad por donde imagino habrá seguido el otro grupo.
Avanzó hasta la abertura, bajando con dificultad por el hueco hasta que su figura se perdió en una silueta borrosa. Sus acompañantes esperaban con la respiración contenida, mirándose los unos a los otros. Tras algo menos de un minuto, su voz sonó en los altavoces de todos los cascos. «Bajad, aquí hay una estancia inmensa». Bruce fue el primero que avanzó por donde había desaparecido Anders, seguido de Sarah y finalmente Gómez.
Cuando bajaron vieron a su superior de pie, ante otra hendidura en la roca, de techo bajo, pero de enorme extensión. El sonido tintineante del agua que tanto perforaba sus oídos desde el principio de la misión parecía proceder de ese lugar. Halos de luces led iluminaban el recinto en todas direcciones a medida que los cuatro compañeros movían sus cabezas analizando cada uno de los oscuros recovecos.
—Señor, mire esto —exclamó cortando el silencio la voz de Sarah.
Anders se giró hacia ella y observó el lugar hacia donde miraba. Era el techo. Estaba lleno de garabatos pintados con lo que parecía ser tiza. «¿Qué diablos es eso?», pensó para sí el capitán de la misión. Los dibujos representaban lo que podrían interpretarse toscas siluetas humanoides. Estaban por todo el techo, en todas direcciones, extendiéndose hasta donde alcanzaba el halo de luz. Anders avanzó algo más, mirando el techo. Extrañas figuras geométricas también pintadas en tiza blanca y negra empezaban a acompañar los dibujos.
—¿Son dibujos primitivos? —dejó la pregunta en el aire Bruce.
—No creo. Parecen mucho más recientes —replicó Gómez.
La historia de esta zona de Cantabria ya había dado muestras de grabados en cavernas de tiempos paleolíticos. Los rasgos de estos dibujos no parecían coincidir en muchos aspectos.
—Si, nunca se han encontrado en zonas tan internas de una gruta —razonó Anders—. Los tipos de materiales usados tampoco coinciden, y los dibujos son definitivamente diferentes.
Anders levantó el brazo para rozar los grabados, especialmente los de las extrañas figuras geométricas. Avanzó palpando el techo, andando pensativo con lentitud. Más adelante le pareció ver letras escritas, en una especie de lenguaje sin sentido.
—Eso de allí adelante parece escritura —anunció y siguió avanzando con los ojos en el techo.
De repente tropezó con un saliente del suelo, un bulto que le hizo perder el equilibrio, cayendo al suelo. Sarah apuntó con su casco a Anders.
—¿Está bien?
—Si, solo tropecé.
Palpó sobre el suelo. Estaba blando. No había tropezado con roca ni había resbalado. Ahí había algo que no era roca. Supo que no era bueno por la mirada desencajada de Sarah, fija en el. Entonces se dio cuenta de que era un característico traje blanco de la Agencia lo que tenía abajo, vacío, y no era el suyo. Por el rabillo del ojo le pareció ver algo extraño detrás de sus compañeros. Un movimiento de sombras a gran velocidad. Un extraño brillo detrás de Gómez, por donde habían llegado. De repente, este último se desplomó ante los sorprendidos ojos de Anders.
—¡Gómez! —exclamó, tratando de incorporarse.
Bruce y Melissa se giraron para dar la vuelta. La sombra reapareció cerca de Bruce, mostrando ahora una silueta más definida, similar a un humanoide de baja estatura, pero mucho más grotesco. Bruce sofocó un sonido ahogado en su casco y se derrumbó. Su traje empezó a teñirse de rojo a la altura del cuello, expandiéndose hacia el pecho. Sarah, horrorizada, retrocedió dando pasos de espaldas hacia Anders. Se podían escuchar los gritos ahogados de terror dentro de su traje sin activar el comunicador. Tropezó con Anders y cayó encima de él.
El comandante intentó incorporarse sin éxito. Melissa no dejaba de agitar los brazos de forma frenética al tiempo de giraba la cabeza de forma descontrolada en todas las direcciones, tratando de iluminar con el halo de luz de su casco al supuesto atacante. Mientras, Anders se giró para intentar arrastrarse por el suelo y escurrirse del peso de su compañera. No hizo falta. De repente notó que la chica dejó de agitarse, cayendo de golpe su cabeza dentro del casco contra el suelo, inerte. Anders miró a sus ojos, inmensamente vacíos. De su pelo enmarañado surgía un espeso regadío de sangre que empezaba a desfilar por su rostro.
Anders se incorporó de un salto. El haz de luz de su casco iluminaba las punzantes paredes de roca en la dirección de su mirada. Giraba la cabeza en círculos, buscando a esos horribles ojos brillantes con velocidad de relámpago. Palpando tanteó de forma agitada su cinto, en busca de algún objeto que representara algún sistema de defensa. Su mente no daba para más. Le costaba respirar en ese traje. El casco empezaba a empañarse quitándole visión en la oscuridad de la gruta. Su pulso estaba extremadamente acelerado. Miró brevemente al suelo, horrorizado. Sus compañeros estaban destrozados a sus pies.
De repente, la voz de Sarah en el intercomunicador le sobresaltó. Se escuchaba entrecortada, como si la señal no llegara con nitidez.
—¿Estáis bien? No os escucho nada —preguntó Sarah. La defectuosa comunicación apenas dejaba entender sus palabras.
—¿Sarah? Voy para allá —atinó a decir Anders.
—¿Señor? No le escucho —insistió ella.
Anders volvió a mirar a su alrededor, buscando su enemigo. No vio nada. De nuevo giró la cabeza al techo, observando las extrañas escrituras. Dudó un instante, y avanzó por encima de los cadáveres hacia la entrada de la gruta.
—¿Anders? ¿Melissa? ¿Me oye alguien? —volvió a sonar Sarah de forma entrecortada en el casco del comandante—. Voy a bajar.
Anders entendió esa última palabra y su rostro se tornó a un gesto de pavor. Aceleró el paso sin mirar atrás hacia la abertura de salida, donde podía verse el leve brillo de lo que debía ser el haz de luz del casco de Sarah. Por los giros de la luz, debía estar bajando y mirando de vez en cuando el suelo.
—¡No! ¡Negativo! ¡No bajes! —ordenó Anders.
—¿Qué sucede? No le entiendo, señor.
Sarah se detuvo con ambas manos agarrando el cabo cerca del borde, y las piernas ya colgando del espolón.
—¿Señor?
Anders llegó hasta la salida de la gruta, jadeando, con sudor frío resbalando por los párpados, nublándole la visión. Y fue justo al asomarse por la abertura de la sima cuando vio al horrible ser. Su aspecto era humanoide, similar al cuerpo de una mujer. Su piel era oscura y rugosa. Tenía un alborotado matojo de pelo, largo, grasiento y enmarañado. Sus nauseabundos pechos eran desproporcionados. Parecían colgar de una forma insana hasta arrastrar por el suelo de roca. Se acercaba con movimiento tosco, pero de increíble rapidez. Estaba llegando justo al cabo que yacía en el suelo de la gruta, por donde bajaba Sarah. Anders gritó al intercomunicador de su casco, con un sonido ahogado que apenas se oía en el exterior. Aun así, el ser giró la cabeza hacia él. La sangre se le heló en las venas, trastabillando hacia atrás. El rostro del ser era lo más horrible que había tan siquiera soñado en sus peores pesadillas. De su desfigurada boca surgían dos afilados dientes que parecían de jabalí, con un malsano color a sangre seca en ellos. Lo más horripilante era el único ojo que observaba a Anders en el centro de su cara, semejante a un cíclope de las remotas leyendas.
Anders cayó al suelo, horrorizado. Los intentos de grito se disipaban antes de llegar a su garganta, y solo pudo ver cómo el ser volvía a mirar a la mujer que descendía lentamente por la cuerda. Agarró con sus zarpas el borde del cabo a la altura del suelo, y de una sacudida tirando hacia abajo con violencia, tensó la cuerda, arrancando el clavo de la parte superior y precipitando a Sarah contra el suelo. Su cuerpo se quebró en la caída con un golpe seco. Anders no pudo ver más. Los ojos llenos de lágrimas solo llegaron a observar como de la nada, otro ser similar lo sorprendía a sus espaldas. Apenas pudo levantar los brazos tratando de evitar un brutal golpe con ambos brazos del ser en su estómago y sobre el casco, de forma repetida hasta que no pudo ni respirar del dolor. Su vida se disipó en cuestión de segundos agónicamente.
Tres
En la entrada habían puesto un cordón policial para separar a los curiosos de la comitiva de recibimiento. Tras los ciento veinte días, por fin hoy saldrían con los resultados de su experimento técnico. El éxito no solo debía derivar de las pruebas a los aparatos y métodos de exploración, sino a la vida en aislamiento y la convivencia del grupo. El grupo de científicos de la Agencia Interplanetaria estaban convencidos del éxito. Era sencillo interpretar que, si no se habían comunicado anteriormente o salido de la caverna por sus propios medios antes de lo previsto, es porque la misión habría finalizado positivamente.
Entre el público que se agolpaba tras la línea de protección de la policía había sobre todo medios de comunicación y curiosos. Por supuesto, no faltaban pancartas de ecologistas radicales reivindicando que nos estábamos cargando nuestro planeta. Las gentes más cercanas de los pueblos de los alrededores murmuraban aún perplejos por la insólita ocurrencia de meter en una cueva Cántabra a una tecnología para la conquista del espacio.
Llegó el mediodía, hora en la que estaba previsto salieran exitosos los integrantes de ambos grupos. Los pequeños animales que habitaban el bosque ya habían huido de la zona hacía tiempo y no se planteaban acercarse. Todos esperaban ansiosos por dar la bienvenida. Pero los integrantes de ambos grupos no aparecían. Pasó una hora más. El escándalo de las conjeturas se elevaba entre las ramas de los retorcidos hayedos. Nada se movía tras la abertura de la cueva.
Pasada una segunda hora, un grupo de la Agencia se reunió, decidiendo introducir a cuatro integrantes en la gruta para comprobar el interior. Tras media hora después de su entrada, salió uno de ellos enrojecido y visiblemente nervioso.
Nadie abandonó el bosque entonces. Empezaron a fortalecer con más refuerzos la línea policial cercando la entrada de la cueva. Horas después entró un equipo sanitario al interior de la gruta, acompañado por media docena de soldados. Los rumores de los presentes se dispararon alzando el tono con el silencio del bosque de fondo. Todos querían ver y saber qué pasaba, medios de comunicación y curiosos. Todos excepto los habitantes de la zona, de los pueblos cercanos, gente rural y envejecida por el peso de la experiencia.
Ellos sabían lo que iba a salir de la cueva, o más bien quién no saldría ya con vida de allí. De hecho, ya avisaron a los señores de trajes elegantes y utensilios extravagantes cuando mostraron en el pueblo sus intenciones en esa zona de Cantabria. Hablaron del experimento que trataban de hacer en la cueva cuando fueron a alojarse al pueblo para ultimar los detalles. Los ancianos del lugar avisaron, pero no les hicieron caso. Leyendas, habladurías y cuentos de viejas. A la gente anciana nunca les hacen caso.
Matilde, la boticaria, se santiguó y sentenció: «Pobre diablos. Esa maldita ojáncana no nos dejará nunca». Varios de los aldeanos imitaron el gesto de la cruz de la anciana. Tras eso, se dieron la vuelta para internarse de nuevo en el bosque y volver a la seguridad de sus casas, dejando la desolación a sus espaldas.
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