Sí, querido amigo. Ya se que no es habitual lo que sucede aquí, pero es lo que hay. Vivimos en tiempos aciagos. Este desmoronado planeta no es lo que era. No es que sea una mala época exactamente, pero es cierto que cuando soñamos con días así, no esperábamos que fuera tan terrible.
A ver, seamos sinceros. He vivido edades mucho más oscuras y complicadas. Estos días no me parecen lo más raro con lo que he tenido que convivir. Pero para ser sincero, un poco que queja si que tengo.
Mis orígenes vienen de una difusa letanía muy, pero que muy lejana. No puedo tan siquiera recordarla con precisión. Mi memoria supera lo que muchos de los míos podrían nombrar como extraordinaria. Aún así, mi nacimiento, por así decirlo, data de tiempos primigenios. No hablo por hablar. Mis queridos humanos no eran ni una breve idea en la cabeza de los ancestros. Fueron producto de un accidente o un mal cálculo, muchos eones después de mi visita a este plano. Pero yo, es curioso, desplazándome entre los más extraños confines del espacio, no era más que una insignificante gota de rocío en una infinita telaraña, si me comparo con el basto universo. En todos esos viajes a lo largo de tantos años fui descubriendo poco a poco cuan insignificantes somos los que quizá ahora nos consideramos más que dioses en este atisbo de existencia llamado tierra. Este canto rodado espacial será inmenso para sus habitantes, pero es una mota de polvo para los de mi especie.
Como te decía, fue un accidente llegar hasta aquí. Un desafortunado percance, pero sin embargo una milagrosa coincidencia. Fue un error en el espacio, entre planos donde me desvié sin querer a un tiempo que no existía. Vía Láctea la llamáis. No había tal cosa, otro fallo de la antimateria. El caso es que una nebulosa estalló a mi paso, consumida por la energía negativa en un elenco de luces de colores que no se pueden ni reproducir en vuestro pequeño espectro cromático, en vuestro patético sistema bañado por ese minúsculo astro al que llamáis Sol. Esa explosión incontrolada, semi devorada de forma aleatoria por lo que vuestros científicos en un brillante ejercicio de lucidez e ignorancia llaman agujero negro, fue la causante de mi cambio descontrolado de plano. Caí cual bola en un frenético pin ball despedido desde la fuente de energía más grande que jamás había conocido. Un cuásar en descomposición me marginó de mi leve existencia hasta llegar a este mismo plano, a este mismo mundo, atrapado en un cuerpo astral que me ataría ya para siempre a este pedazo de roca, fuego y agua. Vuestro escuálido planeta.
Sí, la tierra. Este ridículo astro que sin embargo tantas alegrías contenidas me ha dado. El abrumador aburrimiento de este insulso lugar fue durante millones de años una decepción. Frío, desolado y oscuro. Me parecieron eternos esos años. Pero por fin estalló lo que llamáis vida. No me preguntes cómo fue. El plano donde me encontraba atrapado no me permitía aún ver ni sentir qué pasaba en la superficie. No podía ni sentir cómo se forjaba lo tangible de vuestro mundo. La enardecida oscuridad de mi etérea cárcel era ajena a vuestro plano tal cual lo conocéis, y no podía salir de ese lugar. Pero por suerte todo cambió de repente. A veces pienso que fue obra de otro ser primigenio que vio este lugar como un juguete. Simplemente de un chispazo dotó al agua de una deforme y esperanzadora oportunidad de vida. Sin duda un gran acierto. Fue el comienzo de una diversión delirante. Podía sentirlo. Pequeños intentos de razón se forjaban en los primitivos reptiles que empezaron a abandonar las aguas. Oía sus fríos corazones bombear, sus estómagos desesperados rugir y sus patas la tierra arañar. Pero aún así no podía salir de mi cavernosa cárcel.
No, espera, no empujes más. Aún no he acabado. Ya sé que ni siquiera me he presentado aún. Si te das cuenta estaba en ello. En parte tienes razón, no es que aquí haya mucho sitio, pero déjame explicarte por qué estamos así. Verás que merece la pena darme una oportunidad.
Como te decía, el mundo empezaba a ser lo que debía ser. Los seres irracionales empezaron a poblarlo. Y yo entonces notaba que algo estaba cambiando. Mi plano de existencia era penoso, pero notaba cierto vínculo con esas extrañas criaturas de carne y hueso que empezaban a andar torpes sobre la tierra. Casi podía olfatear cómo el mundo ya no era sólo ceniza y hielo. Ahora percibía aromas, tierra húmeda y roca viva. Y sin duda, lo que más me gustaba… sangre. Pero no sangre en el sentido más visceral de la palabra, sino lo que representaba. Era vida en ella, millones de células atacando y defendiéndose. Luchando. Haciéndose un hueco. Y esa vida empezaba a ser compleja. Y ahí saltó ese destello que lo cambió todo y me trajo donde nos encontramos ahora. El hombre llegó, y con ello mis oportunidades.
Me dí cuenta que algo me llamaba desde el exterior. Podía avanzar por este lugar oscuro y desdichado hacia una niebla que me llevaba a otro lugar. Veía a través de los ojos de esos seres, sentía a través de su piel y escuchaba a través de sus oídos. Qué curioso, ¿no? Fue un descubrimiento abismal, de nuevo fruto de la casualidad. Así que no lo dudé y empezó mi amor por estos entrañables seres.
Desde ese momento he viajado de cuerpo en cuerpo. Ellos lo llamaron posesión. Yo simbiosis. Cuando nos fundíamos podía reforzar con conocimientos extremos las mentes de mis huéspedes. Por desgracia, estos insípidos seres no han podido aguantar tanta lucidez en sus defectuosos cerebros. Sí, he de reconocer que la mayoría no han salido muy bien parados de mis inocentes vacaciones en sus pequeñas cabezas. Pero sin duda han disfrutado de esos momentos con una intensidad de muerte, literalmente.
A lo largo de estos pocos miles de años he dotado del privilegio a mis huéspedes de ver cosas que nadie en su sano juicio pensó que se podían dar. ¿Acaso alguien creyó que se podían surcar las riberas de Mesopotamia flotando por el mar, cuando apenas la humanidad sabía nadar sin hundirse en el agua? Yo vertí el conocimiento para que registraran en papel los lugares del mundo en mi visita a Babilonia, creando la cartografía y los mapas. Insuflé en las demacradas mentes de las tribus del norte la semilla que eran dioses esas estrellas en el techo del cielo, y conseguí levantar Stonehenge a tal propósito. La civilización no habría sido lo que es si no me hubiera inmiscuido en sus planes. Estos seres son tan anodinos que en ocasiones han retrocedido en vez de avanzar. Sólo con mis empujones han aceptado los cambios y progresos en sus vidas. No te imaginabas que mi influencia hubiera sido tan importante, ¿verdad?
Por favor… deja de quejarte. Falta poco. No es que quiera disculparme, pero estamos justo en el momento al que quería llegar.
Bueno, el caso es que mis intentos por hacer avanzar a este atajo de insulsas criaturas, que ellas mismas empezaron a llamarse “el culmen de la creación”, fueron siempre en pos de evitar su estancamiento. Siempre logré esconderme con facilidad, ataviado con historias y rumores que fácilmente se propagaban sobre dioses y otros seres superiores. Sin duda, siempre han necesitado este tipo de leyendas en sus vidas. Sus pensamientos y anhelos son verdaderamente contradictorios. Mientras se posicionan en la cima del mundo, vociferando a los cuatro vientos que son la especie más evolucionada, se aferran como niños temerosos a dioses inexistentes para justificar sus actos y sentirse de nuevo insignificantes como hormigas. En fin, está en su esencia. Por ello me ha sido todos estos milenios tan sencillo pasar desapercibido. Un Zeus por aquí, un Jesucristo por allá, y todos contentos.
Reconozco que quizá se me fue un poco de la mano en ocasiones, aunque las purgas motivadas por dichas religiones no vinieron mal del todo. En ocasiones tuve que gestar en viales enfermedades los suficientemente potentes para dejar paso a nuevas generaciones, y recordar a los más audaces que en el fondo no son más que insignificantes muñecos ante el verdadero poder de la naturaleza. Esta tónica se ha repetido cíclicamente, aunque en los últimos años ha sido con tanta frecuencia que tengo que decir que hace algún tiempo dejé de tener el control. Sí, lo admito. Ya no sé como encauzar esto.
Y aquí hemos llegado. Te contaré lo que pasó.
Ya a principios de lo que ellos llamaban siglo XXI en honor a una de mis creaciones divinas, fue cuando definitivamente esto se fue al garete, si me permites la expresión. Empezaron a dejar el miedo sobrenatural a un lado. Lo veían, lo temían, pero no lo practicaban. Surgieron demasiados locos que en vez de postular fórmulas, empezaron a aplicarlas directamente. En tiempos pasados, apenas llegaban a formular teoremas acertados, pero sin darles resolución. La metafísica les encantaba. Sus propias leyes les prohibían poner en práctica sus grandes avances. Pero en esos años, en silencio ya eran muchos los doctorados que empezaron a crear y experimentar con lo prohibido hasta ahora. La moral y reglas básicas que conseguí instaurar a base de tantas y tantas reuniones políticas en Bruselas, Ginebra o Nueva York dejaron de ser leyes para ser postulados a quebrantar. Las normas ya no eran para todos. No había temor al castigo.
Por entonces, China era un país emergente. Su economía creció, y con ello su desarrollo y tecnología. Una serie de experimentadores se saltaron todas las reglas del juego y empezaron a perfeccionar la raza humana. Durante siglos yo me dediqué a eso mismo de forma natural y controlada. Me costó grandes esfuerzos paulatinos a lo largo del tiempo. Era importante que no se notara la antinaturalidad del proceso. La mente humana no estaba preparada para esa radical y fugaz permuta en la forma de nacer y morir. Pero alguien se saltó las reglas y apenas me dí cuenta. Primero fue en el amparo de un mundo sin enfermedades. Un mundo sin dolores innecesarios. Era un fin digno de héroes que rescataban a princesas y mataban al dragón. Muy poético, desde luego. Pero esos días pasaron rápido, y luego llegó lo inevitable: la búsqueda de la perfección.
Como todos los ensayos exitosos, parecía que habían hecho el tonto durante años, temiendo lo inexistente. “¿Veis? Era posible crear niños sanos, inmunes y por temores lo estábamos evitando”, se decían en sus asambleas científicas. Pero sin ensayos no hay errores. Y muchos de estos fallos no surgen en los primeros compases del baile, sino cuando ya no puedes parar la música.
Los primeros sujetos clonados, con pequeños ajustes en sus eslabones débiles de ADN, vivieron como seres perfectos. Sus defectos fueron extirpados y reemplazados por excelentes retoques. Eran pequeñas esencias de vida inmejorable. Espécimenes sin fallos, sin dolores y sin problemas. Ilógicos. Recuerdo que pensé que ni yo era de tal índole. Ni tan siquiera los dioses inventados durante cientos de generaciones habían implantando tal excelencia en sus mentes. Y aquí es donde brotó el error, el fin de nuestro mundo como lo conocemos. Gaia no comprendía eso. En el orden natural no había hueco para una inclinación de balanza tan abismal. Los gérmenes, los microbios, los átomos mismos no estaba preparados para vivir sin armonía con uno de los moradores de su terrenal mundo. Todos los elementos microscópicos lucharon por sobrevivir, mutaron, y finalmente aniquilaron ese infecto intento de desequilibrio en su planeta. Humanos perfectos.
Ingenuos. No me dio tiempo. Puedo intervenir sutilmente, con toda la presteza que me es dada, pero este mundo pedía un reseteo. Esta vez no fui capaz de evitarlo.
El equilibrio llegó. Todos los elementos de la naturaleza que tantos millones de años tardaron en crear contrapesos con armonía se ajustaron de forma feroz. La materia fabricada por los cada vez más extendidos países que aceptaron las modificaciones genéticos empezaron a derrumbarse. Algo sucedía en los cuerpos perfectos. Las leyes que conocían se retorcieron de una forma tan feroz que no supieron darle explicación. Los terabytes de información genética y los cálculos infinitesimales de sus más potentes ordenadores no eran capaces de corregir esa variación en el mundo. En los seres genéticamente modificados caía su humanidad como cenizas calcinadas llevadas por el viento. Y debajo de su piel oscurecida se mostró lo que realmente eran. Almas vacías, seres sin vida acosados por un intento de instaurar de nuevo el equilibrio elemental que no era posible.
Y hasta aquí hemos llegado. Mi querida especie que tanta satisfacciones y diversión me ha dado, extirpara como un tumor de la existencia. El mundo está ahora repleto de cuerpos sin alma. Caminantes erráticos de carne sin un objetivo, salvo caminar hasta desfallecer. No queda nadie. Únicamente pasto para los depredadores que tantos años han odiado a ese “ser superior”.
Y eso nos trae de nuevo a el origen de nuestra discusión. Heme aquí, sólo, lastimoso por la pérdida de mi principal divertimento. De nuevo ningún ser sobre esta tierra devastada es capaz de ser consciente de su vida. Ninguna criatura para charlar, atormentar o disfrutar. Peleándome como un chiquillo por conseguir un triste hueco en un cuerpo ya sin vida. Hablando conmigo mismo. Sí, se que estabas antes. Pero sólo me puedo permitir hablar de nuevo con mis otras personalidades. Revivo cada una de mis posesiones pasadas, pero no son más que recuerdos. Odio este vacío, y yo no me queda otra que volverme loco en la soledad absoluta rodeado de mí mismo, y de un mar de danzantes cuerpos sin vida.
Más relatos cortos
Recuerda que si te a parecido divertido, interesante o simplemente crees que es muy malo, te agradecería que dejaras un comentario. Si te ha gustado, te animo a que veas el resto de relatos cortos inéditos de la web.
Deja una respuesta