“Maldita seas”, pensó Roberto mientras forzaba su mejor sonrisa.
—Pues lo dicho. Mañana me la traes y nos vamos turnando —sentenció Lola acabando una doblemente acalorada discusión. Doble por el tono que fue adquiriendo, y por el sol de mil demonios que hacía en Almería ese día para ponerse a discutir en plena calle.
Roberto asintió. No podía hacer más. Lola aprovechaba su incapacidad de habla para sobrepasarlo en cada pelea. Aún llevaba las bolsas repletas de la compra en las manos, así que se despidió en un gesto de cabeza y le dio por fin la espalda a su exnovia. Lola se fue en sentido contrario con un gesto claramente de triunfo.
De regreso dio vueltas al asunto en la cabeza. Por una parte eran comprensibles los argumentos. Habían vivido juntos más de dos años, pero la relación se hacía insufrible día a día. Cuando las cosas son así, cuando no se hablan suficiente los motivos de esa situación y la lejanía emocional abre brechas cada vez más grandes, lo mejor es acabar. Al menos es lo que pensaba Roberto. Por desgracia, Lola no era de esa opinión. Parecía querer dejar una tensa cuerda que no terminaba de quebrarse. Pero este último golpe ya era demasiado y no sabía por dónde cogerlo.
Caminaba de vuelta a casa, buscando la sombra pegándose laterales de los edificios como una lagartija. Recordó la primera vez que vieron a la pobre Venus. Estaba enclenque. Era un saco de huesos con dos ojos de sapo como diciendo “¿Es que nadie me va a ayudar?”. Vale, sí. Era una perra, una mil leches como lo llaman los veterinarios. Pequeña e indefensa, abandonada. Nunca había pensado en tener una mascota a la que cuidar, y para nada a una canina escuchimizada como esa. Pero esos ojillos saltones le hablaban a gritos y en esas fechas, la situación con Lola acababa de estallar y estaba empezando la fase beta. Un perro podría mejorar un poco la convivencia. Craso error. Hasta elegir el nombre de Venus a la perra fue motivo de bronca. Lola nunca le hizo tampoco mucho caso, así que al final Roberto debía de encargarse de todo. “Vamos a tener un niño, a ver si mejoran las cosas”, pensaba a veces en una burda comparación con Venus. Los cojones. ¿En qué descabellada mente germina una idea como esa para mejorar una relación? Pues a Roberto le pareció buena idea con Venus. Y ahora acaban de terminar otra discusión en la que Lola vuelve a ganar terreno, y mañana mismo debería dejarle al cuidado a Venus, una semana por turnos, porque “es nuestra perra y no veo mejor solución”.
Sazonando la menestra de pensamientos con un poquito más de odio, llegó al portal de casa. Dejó las bolsas en el suelo al lado de la puerta y sacó la llave para abrir. Entró en el pasillo del edificio. Un tremendo chirriar en el ascensor le indicó que alguien bajaba. Esta vez el sonido y las vibraciones eran tan fuertes que parecía que la caja que subía y bajaba personas iba a estrellar a sus ocupantes contra el suelo del sótano como en las películas de acción. La luz del botón se apagó y se detuvo en su planta. Jorge, el vecino del cuarto, salió del ascensor. Sus dos niños se colaron por ambos bordes de la puerta en estampida hacia la calle.
—Nos hemos quedado casi sordos —dijo a modo de saludo el vecino—. Esto hay que arreglarlo, porque da pánico bajar.
Roberto asintió con la cabeza y le dio una palmada a Jorge cuando pasó a su lado.
Subió al ascensor y marcó el tercero. Curiosamente, el ascensor funcionaba como la seda cuando ascendía. Miró distraído el espejo y el extintor que se reflejaba en él. “¿Para qué diablos habría un extintor en el ascensor?”, pensaba siempre y se recordaba mentalmente hablarlo en la nueva junta de vecinos.
Roberto entró en su vivienda y una alocada Venus ladró dando pequeños saltos como una poseída a su alrededor. Dejó las bolsas de la compra sobre la encimera de la cocina y ató a la perra para bajarla a pasear.
Con un gesto preguntó a Venus si quería salir justo antes de darle al botón del ascensor con el cero dibujado. La perra había aprendido estos años a interpretar cada gesto de su dueño, y siempre estaba atenta a sus manos y boca. Venus lo miró sentada, agitando el rabo como si fuera un plumero motorizado limpiando el suelo.
El ascensor se puso en marcha y empezó a bajar lentamente durante un par de segundos. De repente, llegando a la altura del segundo escuchó un crujido y se detuvo con los números tres y dos entrecortados en el panel luminoso. “Estupendo, ahora parados”, pensó. ¿Qué se hacía en estos casos? Bueno, el botón ese de llamada estaría para algo, ¿verdad? No dio tiempo a pensar mucho más. Con otro crujido esta vez más fuerte, la caja pareció desprenderse de su sujeción y el ascensor empezó a caer en picado. La violencia de la caída elevó a Venus unos centímetros del suelo y Roberto perdió el equilibrio. Las luces se apagaron y empezó a brillar una bombilla roja de emergencia que sin duda marcaba un horrible presagio. Un tremendo golpe anunció que el ascensor había llegado al sótano y todo se fundió a negro.
Una húmeda y larga lengua en las fosas nasales despertaron a Roberto. Estaba en el suelo, encajonado del ascensor. Cuando observó a su alrededor vio a Venus con su rabo-ventilador a máxima potencia y grandes ojos de alegría. Estaba acostado sobre el espejo rojo, lo cual quería decir que la caja había caído de lado. “¿Cómo es posible que se haya girado en el hueco del ascensor?”. En el exterior no se oía ruido ninguno. Se incorporó lo que pudo, pues la altura ahora era el ancho del habitáculo. En el suelo estaba destrozado el panel de la botonera junto al extintor. Con las manos trató de abrir las puertas. No cedían. Golpeó la pared con unos cuantos golpes rítmicos, pero seguía sin oírse nada. El botón de comunicación del ascensor tampoco daba resultado. Tocó el botón de la campana, pero no sonaba absolutamente nada. De repente pensó en el móvil. “¡Claro!, al menos con el Whatsapp podré comunicarme con un vecino”. Echó mano a su bolsillo y extrajo el móvil. Contrariado observo que indicaba “SIN SEÑAL” en su pantalla. “Se ha escacharrado”, pensó. Incluso la wifi de casa debería llegar a esa altura. Tras reiniciar el móvil comprobó consternado que seguía sin cobertura. Venus ya estaba acostada en el suelo, disfrazada de felpudo, con evidente aburrimiento.
Roberto suspiró resignado mirando a Venus. La perra levantó un poco la cabeza tratando de entender a su amo, y tras unos segundos volvió a pegarla al suelo. Él se sentó con las piernas cruzadas apoyando la espalda contra uno de los laterales.
Tras muchos minutos esperando, Roberto se fue dando cuenta de algo. Los sonidos de actividad en el edificio parecían muy lejanos y silenciosos. Misteriosamente, no escuchó en todo el rato ni puertas abrir ni cerrar, ni los portazos de la señora Juana en el primero, que retumbaban por todo el edificio. Ni tacones, ni ruidos de coches. Nada. Nunca se había fijado en esa aparente insonorización dentro del ascensor. Lo raro es que le parecía oír ruido de pájaros en el exterior. Muchos de ellos, y de diversos cantos. Escuchándolos, se quedó de nuevo sentado esperando, lo más relajado posible. “Qué remedio”, pensó.
No habían pasado ni cinco minutos cuando Venus levantó la cabeza y empezó a gruñir. Roberto calmó a su mascota acariciándole la cabeza y agudizó el oído. No se escuchaba nada, excepto lo que parecía ser un crujir de ramas. De repente se oyó un fuerte golpe contra la cabina. Venus ladró estrepitosamente. El pobre corazón de Roberto amenazó con una jubilación anticipada. Trató de serenarse. En el fondo eran buenas noticias. Alguien había dado con él. Golpeó con la palma de la mano varias veces el frío metal. Acercó la oreja a la puerta, que tras la caída estaba haciendo las veces de techo. Oía voces que no reconocía, pero sin duda humanas. Y muchas. De repente, otro golpe dio contra la parte exterior con mucha fuerza. Y otro. Y muchos otros más, desde muchos puntos diferentes. El ruido dentro del ascensor resonaba con cientos de ecos metálicos insoportables. Roberto se tapó los oídos apretando los dientes, al tiempo que Venus se acurrucaba en una esquina sin parar de ladrar al aire. Los golpes no cesaban. Al contrario, se intensificaban en frecuencia y violencia. A través de ellos se podía distinguir gritos de una multitud de gente, rodeando el ascensor. De repente, otro fuerte golpe sobre la puerta la descolocó levemente y esta se abrió con una rendija de unos dos centímetros. Roberto miró a través de ella y vio cómo se filtraba una intensa luz. Multitud de sombras la cruzaban de una dirección a otra sin ningún patrón. Unos dedos se colaron en el pequeño hueco y empezaron a forzar la puerta. Dos manos, cuatro… seis. La puerta comenzó a ceder chirriando y lo que vio Roberto le heló la sangre. Ahora que empezaba a tener más visión del exterior, observó que estaba al aire libre. Ramas de árboles entrecruzadas con una gran frondosidad dejaban pasar rayos de un sol que reinaba sobre el cielo azul abierto. Parpadeó perplejo. Las manos de los que estaban abriendo las puertas eran oscuras, muy tostadas. Rostros de una decena de hombres gritaban en un idioma desconocido. Alterados, trataban de arrancar las puertas entre tres de ellos, mientras el resto aguardaban un poco detrás con los ojos muy abiertos, portando grandes mazas y largos palos de madera. Roberto se acurrucó al lado de Venus, que no paraba de gruñir y lanzar dentelladas a escasos centímetros de los dedos de las extrañas personas. Golpeó sin querer el extintor cuando se arrastraba hacia atrás, y en un gesto instintivo lo agarró. Quitó la anilla de seguridad y lo situó enfrente de él, apuntando con la manguera a sus liberadores. Un sudor frío le recorría la frente mientras la puerta terminaba de abrirse forzada por los tres miembros del grupo. Todos se apartaron varios pasos atrás, haciendo crujir las hojas secas del suelo del que parecía ser un bosque. El contacto visual era absoluto. Con sus armas levantadas, la tensión de un gesto podría hacer estallar la situación. Roberto se incorporó lentamente, extintor en mano. Venus se pegó a su pierna gruñendo, con un charco de babas a sus pies. Los extraños hablaron entre ellos mirando a ráfagas ahora a Venus, ahora a Roberto, hasta que uno de ellos dio un grito que cualquiera podría interpretar como ataque, y todos se abalanzaron con sus armas en ristre. Roberto fue más rápido. Pulsó taquicárdico la palanca del extintor hasta hacerse daño en la palma de la mano. Un chorro de espuma a presión salió disparado contra los rostros de los asaltantes. Apuntó a uno, y otro, y otro. Uno a uno caía al suelo, soltando sus armas con los ojos desorbitados. En cuanto el primero salió corriendo, el resto lo siguieron entre gritos de terror. Y entonces llegó la calma.
A Roberto el pecho le palpitaba desbocado. Las venas bombeaban sangre como si no hubiera un mañana. Giró en redondo buscando nuevos objetivos, pero se había quedado solo. Rodeado de árboles, a cielo abierto. Abandonó el habitáculo del ascensor. Se alejó y observo el paisaje. Un ascensor, destrozado por una caída, en medio de un bosque. “Pero qué… ¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado?”. Las preguntas martilleaban la cabeza de Roberto y entonces se fijó en los montes tras los árboles. Sus montes, los que veía desde su balcón. Estaba en lo que ahora era un bosque sin edificar. “¿Ahora?”, pensó. No, ya no era “ahora”. Era su hogar, pero antes de que existiera la civilización.
Objetivos del relato
Este relato cumple los siguientes objetivos:
Relato de agosto
Título: Abajo, por favor.
Objetivo: 11. Narra la aventura de alguien que viaja en el tiempo.
Objeto 1: 8. Un extintor.
Objeto 2: 28. Un ascensor.
Palabras: 1997.
Pasa el test de bechdel: Que va.
Medallas: Interesante.
El microrrelato #OrigiReto2019 de este mes de agosto es la otra parte del reto. Puedes verlo en el link anterior.
Este reto es una iniciativa de @Musajue y @Stiby2. Tienes las bases en sus respectivos blogs: Blog de Sólo un capítulo más de Stiby y el Blog La pluma azul de Katty.
Juan dice
Buenas tardes
Me ha gustado mucho tu relato. No solo tiene muy buen estilo y una ausencia casi completa de erratas o tonterías (solo dos que te digo dentro de poco), sino que has conseguido escribir un cuento que parecía una cosa y acaba siendo otra. Enhorabuena.
Como detalles tontos, a dió le ha pasado como a rió: ahora se recomienda escribirlo sin tilde. A mí me ha costado aceptar lo de rió, pero lo de dió si que lo tenía asumido. Luego, esta frase: “lo que vio Roberto heló su sangre.” la prefiero así “lo que vio Roberto le heló la sangre.” No se recomienda el posesivo cuando se habla de partes del cuerpo de alguien, y aunque la sangre no es estrictamente una parte del cuerpo, me suena una construcción un pelín forzada.
Y nada más. Espléndido estreno en el origirreto.
Un saludo.
Juan.
Vicente dice
Tienes toda la razón, Juan. Los que somos un rato viejos, tenemos demasiado asimiladas expresiones, tildes y ortografía que ha cambiado algo. Cuesta quitárselas de la cabeza. Lo dejo todo corregido y modificaré tu recomendación sobre la expresión de la sangre.
¡Muchas gracias por comentar!
R. J. Random dice
Buenas. Vaya, que buen estreno. Me ha gustado, tanto en estilo como en tema. No se porqué, tras el incidente del ascensor, creí que habías cambiado a tercera persona y lo anterior estaba en primera. Debe ser porque pensaba hasta entonces que iba a ir por otros derroteros.
Vicente dice
Hola R.J.
Igual cuando uno se ceba en escribir se le va algo los tiempos o voz del narrador. Tengo que dedicarle un poco más a eso cuando haya que pulir las obras.
Gracias por pasarte y comentar 😉
Kalen - Raúl dice
Coincido con mis compañeros Vicente, me parece un gran inicio. Me ha gustado mucho el relato, tanto la historia con su sorprendente giro como el estilo. Bienvenido y espero que haya muchos más de estos. Al ritmo que has empezado seguro que pronto saboreas unas buenas gambas, jeje.
Vicente dice
Muchas gracias, Kalen. Me alegra que te guste. Eso sí, más que gambas, yo me pido un chuletón, que soy más de carne 😉
Daniela Novoa dice
Primero que todo darte nuevamente la bienvenida y concuerdo plenamente con todo lo señalado por los compañeros de reto.
Personalmente, me pasó que el relato lo fui viendo como en tres partes, el quiebre, la llegada al depto, paseo con Venus (mi personaje favorito)y bueno que decir el giro final maravilloso!!!
Me ha encantado y claramente excelente inicio
Muchos saludos desde Chile
Vicente dice
Jajaj… Venus es lo más. Cuando pones una mascota en un relato, gama mucho. Curiosamente Venus fue una perra que vi por la calle el día que escribí el relato, y me vino bien su recuerdo para crear el personaje.
¡Gracias por comentar!
Miguel De la Tierra dice
¡Buenas, bienvenido al OrigiReto!
La verdad es que tu relato me ha encantado, me gusta sobre todo que empiece de una manera y termine de otra muy distinta. Al principio, cuando había pasado lo del ascensor no entendía bien qué estaba pasando, hasta que me he dado cuenta: ¡Claro, un viaje en el tiempo! Ha sido genial. Y, sin lugar a dudas, el personaje de Venus es el mejor del relato. No sé si tienes la idea de seguir esta historia y saber cómo seguirá el mismo personaje sus aventuras. O quizá no. Puede ser. En definitiva, un relato muy bueno.
Un saludo. Nos leemos.
Vicente dice
Hola Miguel.
Muchas gracias por tus comentarios. Me alegro de que te haya gustado. No creo que continúe con los mismos personajes. Normalmente en los relatos empiezo y acabo sin continuar nada. Si es cierto que la idea original acababa en una tribu salvaje rodeados, y que al final el extintor rojo terminaba siendo adorado como un Dios. Ese final lo descarté porque ya se me iba demasiado del largo máximo permitido del reto 🙂
¡Un saludo!
KATTY dice
Genial relato ^^ la verdad, el efecto de ruidos y silencios que creas con la descripción sin muy realistas, me encanta la sensación que describes al despertar tras la caída/viaje, y esta frase: “Sazonando la menestra de pensamientos con un poquito más de odio…” me ha parecido estupenda. La medalla interesante es por Roberto, que es mudo y creo que pierde un poco de fuerza al final pero la idea ha sido muy buena, el ascensor y el extintor están super bien aprovechados y la parte del salto en el tiempo me ha parecido genial. Te marco que aquí:
“Roberto entró en su vivienda y un alocado Venus ladró dando pequeños saltos como una poseída a su alrededor. Dejó las bolsas de la compra sobre la encimera de la cocina y ató a la perra para bajarla a pasear.”
dices que es una perra, que salta como poseída, pero dices un alocado Venus, por si te sirve ^^
Un abrazote y buen comienzo ;3
.KATTY.
Vicente dice
Hola Katty.
Muchas gracias por los comentarios. Tienes mucha razón con la parte final de Roberto. Creo que no terminé de explotar la idea que tenía de la impotencia al ser mudo y no poder comunicarse mediante la voz o gritos con esos salvajes, cosa que, por otro lado, no hubiera servido de nada.
Por otro lado, muy bien captado lo de “un alocado”. Efectivamente me has pillado. Venus originariamente era un perro. A mitad de relato me gustó más que fuera hembra, así que empecé a rectificarlo. En la corrección se escapó el género de ese artículo. Ya está corregido ^^
¡Un saludo!