El chirrido de la persiana al bajar anunció que el último de ellos había abandonado ya el recinto. Tras el apagado de las luces del techo, todo el inmenso local se quedó a oscuras, con la leve iluminación de las luces de emergencia. El olor a humanidad ajetreada aún perduraba. Desde primera hora de la mañana hasta la noche, la gran nave de venta de productos de bricolaje era un hervidero de personas. Algunos eran profesionales de la construcción, aunque eran los más escasos. Estos respetaban el honor sin mancillar el buen nombre de los materiales. Es cierto que no era como antes, cuando los antepasados de Juanjo, Ele o la propia Lola eran llamados a alzar monumentales construcciones en busca del cielo. Aún así, con esos humanos se hubieran dado por satisfechos. Pero a los que no podían aguantar eran a los cientos de otros que iban día tras día a comprar para obras menores, chapuzas variadas y desastres de inexpertos. Todas las noches, los residentes en el gran centro de la cadena comercial se revolvían en sus estanterías. Jessica saltó al suelo desde su cajón de plástico en la segunda balda de la zona de ferretería. Era una tuerca de acero cincado, muy resistente y combativa. Comenzó a pasear por el pasillo, soltando improperios.
—Estoy harta ya. ¿Es que no lo veis? —dijo agitando unos minúsculos brazos que brotaron de su cuerpo.
Una hueca y profunda voz se escuchó al fondo del pasillo, al lado de los materiales de construcción.
—Hoy un enclenque lleno de granos que venía con su abuela ha agarrado a Julián y se lo han llevado en un carro —se escuchó desde allí a Juanjo. Del enorme saco de cemento de veinticinco kilos brotaron dos piernas y dos brazos. Su voz parecía proceder de una arruga en forma de boca en el centro del saco.
—Sí, ya lo vi. No tendrán ni idea de cómo se aplica masilla. Seguro que hacen un estropicio en la pared de la casa de esa vieja con el pobre Julián. Era el mejor yeso que he conocido —suspiró derrotada Jessica. Tom, una tuerca que encajaba perfectamente en el cuerpo de Jessica, le cogió la mano con pesar.
—Estamos en un momento inconcebible —replicó Tom secando las lágrimas de su compañera—. Creo que deberíamos hacer algo y no permitir más este atropello.
Ele apareció por el fondo del pasillo de ferretería. En su mano portaba, como siempre, una pequeña foto polaroid ya desgastada. La miró con tristeza por enésima vez. Era el esqueleto de madera de una iglesia del siglo XII.
—Es penoso. Nuestros antepasados si pudieron ser verdaderos artistas. Iglesias como la del pueblo donde me talaron eran el culmen de la creación, algo a lo que estábamos destinados.
Todos miraron a Ele. Era una inmensa viga de madera de más de dos metros, perfectamente laminada.
—Nuestro futuro aquí es servir de reparación chapucera a simples roturas en casas destartaladas. Jamás formaremos parte de algo grandioso como mi Iglesia de San Miguel.
—Sí, lo sabemos —interrumpió Lolo, un rastrillo de cuatro dientes con un vistoso mango de color rojo—. Pero, ¿qué podemos hacer? Aquí vivimos relativamente bien, tranquilos, viendo a la gente pasar. Al menos por las noches nos hacemos compañía.
Todos lo miraron, pensando en los pros de sus reuniones nocturnas. En esas horas todos los utensilios y materiales de construcción se animaban, sin la multitud de humanos a su alrededor. Siempre jugaban al escondite con el guardia jurado, esquivando su presencia y las cámaras de seguridad. En ocasiones jugaban al cinquillo en el pasillo de jardinería, con sus cómodas butacas y mesas para exterior. Pero desde hacía unos meses, el ambiente se estaba enardeciendo con las palabras de Jessica y Tom.
—Tenemos que pasar ya a la acción —gritó la tuerca. Soltó la mano de Tom y continuó su charla llamando la atención del resto de los asistentes—. No podemos dejar que estos chapuceros humanos sigan usándonos y explotándonos a su antojo. ¡Ni siquiera saben atornillar ya sin un taladro eléctrico! Hace años que ninguno de los compañeros que han pasado por aquí se han sentido orgullosos de su destino.
—¡Es cierto! El otro día una familia Fisher volvió estrujada, quejándose de que se habían caído de una pared con todos los muebles del salón —protestó un taco del número seis, viejo, arrugado y con muy malas pulgas—. Los tornillos estaban partidos. Por lo visto, el muy animal había usado compañeros míos especiales para cemento en una pared de pladur. Son auténticos incompetentes.
—¡Eso es! —continuó Jessica—. Ele, ¡enséñanos la foto!
La viga de madera adelantó a la multitud, colándose entre sacos, palas y rastrillos para ponerse al lado de la tuerca. Se giró para mirar al grupo de frente y levantó la foto de la iglesia de su pueblo en alto.
—¡Esto es lo que necesitamos hacer! ¡Para esto hemos nacido! —gritó Jessica. Vítores de aceptación surgieron en el público—. Una construcción decente, que perdure en el tiempo. Este lugar es una prisión de la que sólo saldremos para conformarnos con las migas, con obras menores o apaños cutres. Yo digo que basta, y que acabemos con esta humillación humana.
—¿A ti te falta una tuerca? ¿Qué propones? —se escuchó al fondo. Lolo, el rastrillo, dio un paso al frente—. No podemos cambiarlos. Son unos inútiles.
Jessica miró a Tom a los ojos, y se volvió con afán al grupo reunido.
—¡Pues cerremos el paso para que no vuelvan a entrar! Convirtamos este lugar en nuestra propia fortaleza. Construyamos aquí nuestra iglesia.
Ele levantó la foto en alto para que todos pudieran verla y gritó a las masas.
—¡Si! Sintámonos orgullosos por una vez.
Todos gritaron y saltaron animados por la oleada de reivindicación. Un estrepitoso eco retumbó por todos los pasillos. Un sonido lejano empezó a acercarse al pasillo. Lola indicó con un siseo que bajaran la voz. Agudizando el oído se pudieron escuchar unos pasos avanzando en su dirección. Sin duda era el guardia jurado, alertado por el escándalo.
—Está bien, compañeros —dijo Jessica llamando la atención de todos—. Es el momento de decidir. Si actuamos ya, no habrá vuelta atrás.
—¿Queréis seguir presos de este lugar, para ir despareciendo en obras que nos menosprecien? —continuó Tom, entonando la pregunta hipnoticamente—. ¿O sin embargo queréis ser libres y luchar por vuestra dignidad? Levantad la mano los que queráis vivir la vida que nos han arrebatado.
Todos la levantaron eufóricos entre gritos de satisfacción. Jessica los acalló con un gesto.
—Está bien, silencio —murmuró tratando de calmar a todos. Miro seguidamente a la viga de madera—. Ele, necesito que tu gente esté preparada. Cuando el guardia pase, acaba con él.
Ele asintió torciéndose en un crujido. Comenzó a alejarse por el pasillo en dirección a los pasos y desapareció en la negrura. Mientras, Jessica mantenía en silencio al resto. Tras unos instantes de tensa calma, un sonido ensordecedor se escuchó a lo lejos. Parecía como si toda una gigante estantería hubiera caído contra el suelo. Golpes de materiales chocar unos contra otros y botes rodar acabaron con el estruendo. Un grito ahogado se fue difuminando y de nuevo todo quedó en silencio. El grupo se acercó con paso lento al pasillo de los sonidos. Al girar observaron la gran pila de materiales desperdigados por el suelo. Efectivamente, todo lo que había sobre los palés a varias alturas se había precipitado contra el piso. Un brazo humano sin vida se asomaba debajo de unas grandes planchas de madera de pino bruto, y nunca mejor dicho. Tras unos segundos de caras de asombro y susto, todos aplaudieron y gritaron en vítores. Habían conseguido reducir al guardia que durante tantos años evitaban. Ahora tenía vía libre para sus planes.
Organizaron un comité de construcción de fronteras, como acordaron llamarlo. La tuerca Jessica junto a su mano derecha, el tornillo Tom, capitanearon por elección general dicho comité. Las obras empezaron ya de madrugada, pero con el entusiasmo de todos, hicieron en las puertas de entrada una barricada de cemento y ladrillo perfectamente alisado bastante antes del amanecer. Tras ellas cerraron por dentro el recinto con tantos candados que parecía el colapsado puente del amor de París. Finalmente en el pasillo de entrada que conducía a la tienda, pusieron cañones de cemento apuntando a las puertas de cristal de acceso al recinto. Era improbable que alguien rompiera el muro que habían construido, y después deberían conseguir forzar las cerraduras de los cientos de candados. Pero si los humanos lo lograban, les esperarían unos grandes chorros de pegajoso cemento y yeso sobre sus cabezas. El centro comercial de bricolaje era ahora su templo.
—Compañeros —Jessica se subió a lo alto de una balda cerca de la entrada, en la sección de sofás y cortinas de comedor—. Lo hemos conseguido.
Todos los seres del gran centro de bricolaje y venta de productos para el hogar gritaron vítores emocionados. La tuerca continuó:
—Hemos derrotado al guardia humano. Y hemos bloqueado al resto de su agresiva raza que nos estaba alienando para aprovecharse de nuestras capacidades. Sin embargo, como ya sabéis, nos estaban menospreciando y ridiculizando. ¡Pero eso se ha acabado! ¡A partir de ahora haremos lo que queramos, y nuestro trabajo será nuestro y de nadie más!
De nuevo todos rompieron en un rugido. Los utensilios metálicos se golpeaban contra las baldas, repiqueteando en estridentes sonidos que subían los decibelios de ese particular canto a la libertad. El sol empezó a asomarse por las rendijas de la parte superior de la nave, la tuerca miró hacia arriba, y todos siguieron su mirada.
—Este es nuestro primer amanecer como obreros libres y autosuficientes —continuó Jessica hablando en tono épico—. Siempre hemos sido grandes, pero no nos han dejado crecer.
Sus palabras empezaron a hacerse más lentas, más pausadas y emocionadas. Posó sus ojos en cada uno del público que la observaba atentamente:
—Muchos compañeros han caído desde que este lugar está abierto. Unos pocos han tenido una vida plena, han servido para un buen propósito. Pero demasiados han sido explotados en un destino ruin. Las destartaladas chapuzas de la mayoría de los humanos han manchado sus nombres. Ya todos creen saber arreglar cosas o construir tabiques. Pero no han hecho más que menospreciarnos, y eso hoy se ha acabado. Por ellos, este día será celebrado todos los años, dedicado a su memoria.
Todos los asistentes aplaudieron emocionados, en gesto de asentimiento.
De repente, unos ruidos de pisadas se escucharon al otro lado de la entrada. Todos giraron sus cabezas hacia allí, al tiempo que apagaban el incendio de gritos y vítores. Una tensa calma se mascó dentro del centro, tratando de intuir las acciones de la gente de fuera. Se escucharon voces. Alguien preguntaba algo y otros le respondían. Sin duda, estaban intrigados por el muro que había surgido de la nada por la noche. Se escucharon unos golpes, un repiqueteo. Los del interior se echaron para atrás. A un gesto de Jessica cargaron los cañones de cemento y se quedaron preparados. No hizo falta. El sonido desapareció a los pocos minutos.
—¡Compañeros! —gritó Jessica a todos los presentes—. Aún no hemos vencido. Volverán seguro. —La turba asintió con pesadumbre—. Debemos estar preparados, ¡pero lucharemos por mantener nuestra posición!
—¿Y qué haremos después? ¿Cuál será nuestro futuro aquí? -se escuchó al fondo.
La tuerca miró a su alrededor hasta observar a Ele en un lateral. Se acercó a ella dando saltos, bajo la mirada de todos, y se puso a su lado.
—Ele, muestra a tus antepasados de nuevo —le gritó eufórica. La viga de madera sacó la foto de la iglesia y la mostró en alto. Todos la observaron en silencio.
—¡Esto es lo que haremos! ¡Construiremos la catedral más impresionante de este siglo, en este lugar! ¡Este será nuestro hogar, y nadie podrá arrebatárnoslo!
Todos vociferaron entusiasmados. Mientras, afuera, el sonido de una gran máquina se escuchaba acercarse al muro recién construido. La guerra había comenzado.
Objetivos del relato
Este relato cumple los siguientes objetivos:
Relato de octubre
Título: Sí se puede.
Objetivo: 6. Escribe un relato en el que no aparezcan seres vivos.
Objeto 1: 23. Una foto vieja o Polaroid.
Objeto 2: 31. Un candado.
Palabras: 1995.
Medallas extra: Feminista con el test de Bechdel.
Puedes leer el microrrelato #OrigiReto2019 de este mes de octubre en el link de antes, donde se completa el reto del mes.
Este reto es una iniciativa de @Musajue y @Stiby2. Tienes las bases en sus respectivos blogs: Blog de Sólo un capítulo más de Stiby y el Blog La pluma azul de Katty.
R. J. Random dice
¡Alcayatas del mundo, uníos!
Jejeje. Buena alegoría obrera, compañero. Eso sí, ahora procuraré no pisar a última hora ni un Leroy, en la vida. No vaya a ser que me tomen por el enemigo (que yo cuido y honro mis materiales, eh).
Vicente dice
Jajaj… sí, creo que dará un poco de miedo ver centenares de herramientas, sierras eléctricas, taladros y tornillos apuntando a tu cabeza. No hay que tomarse el bricolaje a la ligera 🙂
Juan dice
Buenas noches
Bueno, pues acabo de leer este relato. Me ha parecido muy original. Cierto que cumple el objetivo, porque el único humano que se ve retratado, lo hace cuando ya está muerto.
Me ha parecido muy original la metáfora entre un movimiento revolucionario y los seres que lo llevan a cabo en tu relato. Me planteo cómo podrán llevar a cabo su sueño. ¿Serán capaces, ellos solos, de construir una catedral, sin que manos humanas intervengan?
Por otro lado, es muy interesante la idea de usar el pasado como argumento para la revuelta. Me hace pensar en algunas revoluciones que no son estrictamente de trabajadores.
Buen relato, muy bien escrito y con buen estilo.
Un saludo.
Juan.