Reto de la semana 15: Escribe un retelling de una historia de Disney en clave de terror. Hoy, remake de la Bella Durmiente.
En un reino muy lejano, existió una vez un lugar maravilloso donde todas sus gentes vivían felices y en paz. El pueblo prosperaba, a la falda del gran castillo de su bondadoso rey. Su esposa era una mujer bella y querida por todos. Pero desgraciadamente, uno de sus mayores deseos no se cumplía: querían tener un hijo, un heredero para su reino. Los habitantes lo sabían. En muchas ocasiones iban al palacio a ofrecerle regalos a los reyes en muestra de afecto, dándoles ánimos y cariño.
Tras unos años, por fin la reina pudo anunciar que estaba en cinta, para alegría de todos. El rey organizó una gran cena con los aldeanos para celebrarlo. Todo comieron y bebieron partícipes del gran momento. Tras unos meses, por fin nació Bella, la primera hija de los monarcas. Era hermosa, de grandes ojos claros y pelo rizado azabache como su madre. Su tierno y suave rostro mostraba siempre una sonrisa contagiosa. Todos estaban encantados con ella.
El rey preparó una fiesta para bautizarla en el castillo. Mandó invitaciones a todos los rincones del mundo, tanto la gente del pueblo como los extranjeros que quisieran ver a la encantadora princesa. Vinieron visitas de todas partes, felices de que por fin los reyes de tan bondadoso reino tuvieran a su anhelada niña. Entre todas las gentes destacaron especialmente tres seres extraordinarios, tres hadas que le proporcionaron a la niña unos regalos como nunca se había visto. «Te concedo el don de la alegría», «yo te concedo el don de la belleza», «y yo te concederé el don de la amistad». Cada una, con un arqueo de su varita, inundó de luz y magia a la niña.
Estaban felices como nunca se había visto en el reino. De repente, la luz del castillo palideció y, por la puerta principal, vieron llegar a una figura sombría. Era la bruja Maléfica, la cual no había sido avisada de la celebración. La reina trastrabilló de un sofoco al verla y el rey trató de echarla en un gesto con el dedo. Pero la bruja se acercó a la niña, resentida por no haber sido invitada. Cogió por ambos lados de la cabeza a la niña y le dio un beso en la frente maldiciéndola con una voz que retumbó por todo el palacio. «Dentro de 15 años exactos, te pincharás con un huso de hilar, y morirás irremediablemente». Todos se horrorizaron ante las palabras de la bruja. La reina cayó desfallecida al suelo. El rey mandó capturar a la bruja. Pero fue en balde. Con un giro de su capa, Maléfica desapareció dejando un rastro de murciélagos en su huida.
El rey canceló la fiesta con tristeza, y mandó a todos sus soldados destruir en una gran pila todos los husos del reino. La gente colaboró para evitar la terrible tragedia anunciada por la bruja, y jamás se volvió a construir ningún huso para hilar, tratando de evitar la profecía.
Los siguientes años fueron duros y tristes, pero a medida que la princesa crecía ajena a la maldición, todos iban olvidando las palabras de Maléfica. Continuaron sus vidas poco a poco, hasta que la presencia sombría de la bruja en sus corazones despareció. La niña crecía con alegría, bella y amable como nunca se había visto en el reino.
Efectivamente, fue un desatino olvidar dicho hechizo. Quince años después, la princesa era toda una mujercita, alta, atractiva y muy despierta. Pero creció sin conocer nada de su maldición. Hasta la gente apenas recordaba el suceso. Un día, caminando por las calles a los pies del castillo, una puerta entreabierta le llamó la atención. Un ruido como de rueda girando sonaba dentro. Se asomó y vio a una anciana de rostro afable hilando con un huso. La princesa se asombró ante aquel objeto que no conocía y se acercó a la señora. «¿Puedo probar a usarlo?», preguntó con curiosidad. La anciana le indicó como hacerlo y le dejó su sitio. Entonces sucedió algo horrible. De un pinchazo en su dedo con la aguja empezó a brotar un hilo de sangre. La muchacha se mareó y cayó al suelo, antes las risas descontroladas de la anciana, que se desvaneció entre una nube de oscuros murciélagos.
El rey se enteró de la noticia por un aldeano. Quemó el uso en una gran pira, y llamó a los más importantes médicos del reino. No pudieron hacer nada por ella. Su hija se moría.
Como llamadas por el horrible suceso, las tres hadas aparecieron de nuevo en el reino. Desoladas por ver cumplida la maldición, concedieron un último regalo a la princesa. Se juntaron para ayudar a la muchacha. No podían evitar la profecía, pero si lanzar otro sortilegio para tratar de paliarla. «No morirás con la maldición de Maléfica. En cambio, caerás en un profundo sueño que sólo podrá ser despertado por un beso de amor verdadero». Era lo mejor que pudieron hacer, y el rey se lo agradeció de corazón. En la habitación de la torre más alta del castillo dejaron a la princesa descansar sobre la cama y la cubrieron con una cúpula de cristal que mostraba su belleza. Para evitar la tristeza de la muchacha cuando despertara, sumieron en un profundo sueño a todos los habitantes del reino, aletargándolos para cuando ella volviera a la vida. Así, cuando su amado llegara y partiera en mil pedazos el hechizo, volverían a vivir todos felices y contentos.
El tiempo pasó. Ningún príncipe llegaba y durante más de 100 años, el reino se sumió en el abandono. Las calles se llenaron de tierra y polvo. El bosque reclamó lo que antaño era suyo y abrazó las casas con sus enredaderas y vegetación. La luz del sol apenas conseguía rebasar los árboles y sólo la gran torre de la princesa sobresalía como testigo mudo de lo que había sido un reino espléndido y próspero.
Una tarde de invierno, un aguerrido guerrero, intrigado por las historias de los pueblos más cercanos, que hablaban de una bella durmiente. Condujo su corcel por el bosque hasta alcanzar con la vista la torre. Entró con dificultad en las casas abandonadas, asombrado la ver los cuerpos de sus habitantes repartidos por el suelo, durmientes, en letargo. Esa parte del bosque no emitía sonido ninguno. Las de aves que le habían acompañado todo el camino por el bosque hasta llegar al reino no cantaban allí. Las pisadas huidizas de los corzos no hacían crujir las hojas secas del suelo en esa ciudad abandonada. El lugar parecía realmente fantasma, con la vida arrebatada por todos los alrededores. En ese ambiente gélido avanzó tras abandonar su caballo en la entrada del pueblo. Al llegar al castillo levantó la vista hacia la torre, alta como un gigante que le amenazaba con pisarle. El ocaso estaba llegando, y las colmenas no eran más que siluetas de un contraluz en un cielo inflamado.
Entró en el castillo, abandonado bajo una nube de polvo. El silencio era pleno. Parecía que la vida y el tiempo había abandonado este lugar. Creyó oír unos chasquidos bajo el suelo, unos lamentos, unos gritos ahogados. ¿Ratas? Desechó la idea y pensó en las leyendas de las gentes cercanas. Su princesa tenía que estar arriba, y allí debía de llegar. Tras subir la interminable escalinata en espiral llegó a la habitación de la que tanto había oído hablar. El guerrero palideció ante la visión de ella. Estaba acostada en el lecho, tras la cúpula de cristal, casi opaca por los años de polvo acumulado. Dejó caer la espada al suelo, presa de su belleza. Se acercó y con la mano retiró parte de la suciedad del cristal, absorto en el rostro de la muchacha. El sol bajaba tras la pequeña ventana que iluminaba la habitación. La noche estaba por llegar.
Con esfuerzo, retiró la cúpula y la dejó en el suelo. Se sentó en la cama junto a ella. Entre sus manos cogió la de la bella durmiente, fría como un témpano. Se la llevó a los labios, besándola con calidez. Debió ser una tragedia para el pueblo, pensó el príncipe mientras la acariciaba. La soltó con delicadeza y se inclinó hacia el rostro de la muchacha. Era una cara dulce, delicada, bella como nunca había visto. Como hipnotizado, acercó sus labios a los de la muchacha, lentamente. El sol desaparecía tras la ventana, dejando una luz ambiental tenue como en un sueño. El fornido guerrero creyó notar el cálido aliento de la respiración de la princesa a medida que se aproximaba. Hasta dormida parecía llena de vida. Sus labios rozaron los de esa preciosa mujer, y la besó. Vaya si la besó. Notó como suavemente sus fríos labios carnosos parecían recoger el calor de los del príncipe. Su gelidez pasaba a un deseo incontrolable. No podía detenerse y sintió sobresaltado como la lengua de ella se movía de repente, jugueteando con la del guerrero. La aceptó, y la presión de sus labios se intensificó hasta que la noche oscureció la estancia.
El guerrero se abandonó embriagado con una sensación que apenas podía controlar. Con los ojos cerrados saboreaba la pasión de ese beso. Notó como la muchacha parecía incorporarse, cogiendo con sus manos ambos lados de la cabeza de su salvador. Había vencido al mal que asediaba ese reino. Esta era su recompensa.
De repente, la princesa alejó súbitamente en un gesto violento el rostro del guerrero estirando sus brazos, dejándole a una distancia en la que podía ver ahora la cara de ella de frente. El guerrero se horrorizó. La muchacha tenía los ojos abiertos, pero el color claro del iris que le habían descrito en los pueblos cercanos cuando hablaban de la leyenda no eran más que dos ojos oscuros, sin vida. Su tez era arrugada, gris y fría, surcada por decenas de venas azuladas que sobresalían palpitando horriblemente. Pero lo más siniestro era su boca. De sus carmesí labios sobresalían incipientes unos agudos y largos colmillos, de un color mate, sucios con restos de los que parecía sangre.
El guerrero trató de zafarse de las manos del horripilante ser, agitando la cabeza, pero la sujetaba con una fuerza descomunal. Ella abrió en un gesto grotesco la boca adquiriendo unas desproporcionadas dimensiones y se lanzó al cuello del ahora aterrado guerrero, perforando su cuello a la altura de la aorta. Notó como la sangre se derramaba por su piel mientras sentía que ella bebía como si quisiera recuperarse de cien años de sed.
Consiguió finalmente escabullirse cayendo al suelo de forma estrepitosa, desorientado. La muchacha lo miró con sus vacíos ojos negros en un gesto infantil, con la boca chorreando su sangre aún caliente. El guerrero huyó tambaleándose a tientas como alma que lleva el diablo. Bajó todo lo rápido que pudo las escaleras, apoyándose con el hombro sobre las paredes de roca enmohecidas por el paso del tiempo. No sabía si le seguía. No podía escuchar nada, excepto su desbocado corazón y el palpitar de su herida abierta en el cuello. Se desangraba. Sus ojos se desvanecían a medida que avanzaba por la cámara principal del castillo para llegar a la puerta, nublándole la visión lentamente. Escuchó entre su desquiciado bombeo de corazón y la respiración jadeante unos gritos desesperados bajo sus pies. Su mente parecía jugarle malas pasadas. ¿Acaso oía chillidos de socorro en los sótanos del castillo? Alguien había abajo, pero no tenía tiempo para nada. Continuó corriendo como pudo tratando de llegar al exterior.
Alcanzó la entrada y salió del castillo. Jadeando, apoyó las manos sobre las rodillas para tomar aliento. Pero sus fuerzas terminaron de abandonarle cuando levantó la cabeza y vio a todos los aldeanos cortarle el paso agolpados en la calle que iba al pueblo. Sus grotescas bocas plagadas de descompensados dientes sobresalientes y el rostro ceniciento evidenciaban que ese lugar estaba maldito, y que no podría salir de allí. Entre la turba se fue haciendo paso una figura portando una sucia corona en su cabeza. Se acercó a él, pero ya no pudo aguantar más y se desplomó en el suelo, con un oscuro hilo de vida luchando por permanecer despierto. Sus ojos se apagaron y finalmente se desmayó.
El rey avanzó hasta el guerrero y la princesa apareció por la puerta principal. «¿Qué parte de beso de amor verdadero no entiendes, ¿mi niña?», le increpó el rey a su hija. Ella miró con un gesto travieso, pero a la vez de pesadumbre. «Lo siento padre. No puedo evitarlo. Son demasiado apasionados». El rey la miró con bondad. Se giró hacia los aldeanos del pueblo para hablarles. «Está bien, tendremos que seguir esperando. Encerradlo con los demás en el sótano del castillo. Ya llegará otro príncipe azul a salvarnos», sentenció suspirando.
Reto 52 relatos
Esta historia remake de La Bella Durmiente es una de las historias para el reto de 52 relatos de 2019 propuesta por Literup en su #52retosliterup. Puedes ver el resto en el índice general de los 52 retos de escritura. No dudes en revisar el resto 😉
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