Reto de la semana 16: Haz un relato romántico que imite a ‘Pretty Woman’, pero con el género de los protagonistas intercambiados.
Viviana no podía creerlo. La ciudad no era tan grande como para perderse de esta manera. Paró cerca de una acera donde estaba prohibido detenerse para manipular de nuevo el GPS, pero no salía referencia alguna a Beverly Hills en Burgos. Los sonidos de los claxon detrás alborotaban la fría noche de otoño. Un par de transeúntes se acercaron con curiosidad. El coche merecía la pena. Un Lotus Esprint totalmente pasado de moda llamaba mucho la atención, y no sólo por ser un clásico desfasado, sino por el color rosa pastel de su carrocería.
—Perdonad. —La ventanilla ahumada se bajó ante la sorpresa de los dos amigos. La cabeza de una despampanante rubia de pelo rizado se asomaba tras ella, con cierto gesto de agobio—. ¿Queda lejos Beverly Hills de aquí?
Los compañeros se miraron asombrados, tratando de apagar una descontrolada risa que luchaba por escapar.
—Señora —contestó bajando la cabeza a la altura de la ventanilla Eduardo—, esto es Burgos. Beverly Hills estará como a diez mil kilómetros, y no creo que pueda alcanzarlo en coche.
—Que gracioso —dijo la extraña mujer—. No hablo de ese Beverly Hills. Hablo del nuevo hotel.
—Creo que le han tomado el pelo. Aquí no hay ningún hotel con ese nombre, que yo sepa —respondió al tiempo que miraba a su amigo en gesto de pregunta. Este le confirmó con un movimiento de hombros—. ¿Le han indicado algún otro edificio o negocio cerca?
—Sí, decían que estaba al lado de la estatua del Cid. Teóricamente debería estar aquí mismo. —Su consternación crecía.
—Pues te han timado, lo siento. —Eduardo sacó su mejor sonrisa—. ¿Te puedo ayudar en algo?
—Si. ¿Conoces algún buen hotel cerca y algún sitio para cenar?
—Claro, y por 5 pavos me dejo hasta invitar. —Guiñó el ojo de forma exagerada.
—Hecho, sube y me indicas —contestó ella ante el asombro de Eduardo.
—¿En serio?
Miró a su amigo, desconcertado. Este estaba muerto de risa a su lado, haciéndole gestos de con la cabeza para que la acompañara.
—Claro. No te me echarás ahora atrás—dijo ella divertida mientras abría el cierre centralizado.
Eduardo le chocó la mano a su amigo y entró en el coche para acompañarla.
—Por cierto, mi nombre es Viviana. Viviana Ward.—Apenas se subió Eduardo al coche, ella aceleró su Lotus dejando tras de sí un espeso humo negro y un amigo con cara de estar dentro en un sueño o una película.
Le indicó como llegar a un hotel de cuatro estrellas, pero para su asombro, Viviana lo rechazó. «De eso nada, busco un buen hotel, ya te lo he dicho». Al final entraron al más caro de la ciudad, cinco estrellas. Reservó la suite más elevada del edificio. Desde allí se podía ver todo Burgos, presidido por su inmensa catedral. Eduardo no podía creerlo. Él, un chaval normal y corriente, en la suite más cara de todo Burgos con una chica despampanante.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Viviana mientras dejaba sus cosas sobre el brillante escritorio de caoba.
—Eduardo Lewis —respondió con las manos en los bolsillos. Se acercó al gran ventanal y se siguió explicando—. Ya sé que el apellido es raro para un chaval de Burgos, pero creo que tiene algo de relación con un magnate que se parecía a Richard Gere, según me contaron. Nunca conocí a mi padre.
Por el reflejo del cristal veía a Viviana descalzarse y masajear los pies. Parecía cansada. De repente le surgió la inevitable duda de qué hacía allí.
—No irás a hacerme nada raro ni me querrás para ningún rito extraño, ¿no? —preguntó Eduardo en broma.
—Depende de si es lo que quieres —respondió ella divertida—. ¿Te apetece algo de eso?
No hubo rito extraño. Simplemente bajaron a un restaurante cercano como habían acordado. Ella con su vestido de Gucci, él con su camiseta negra con el texto invoquemos a Cthulhu. No sin miradas de soslayo hacia él, les dieron una mesa con vistas extraordinarias al castillo. Los colores de otoño eran espectaculares al atardecer desde allí. Comieron y rieron. De hecho, gracias al rumor y suspicacias de los demás asistentes al restaurante ante la visión de tan inusual pareja, rieron mucho.
Volvieron al hotel. Entre más charla y carcajadas, la noche se alargó hasta la madrugada. Tanto Viviana como Eduardo eran libres cual palomillas. Ella le ofreció pasar el resto de la noche allí. Eduardo se asustó, aunque Viviana le dejó bien claro ante su cara de sorpresa que en la suite había una segunda cama de invitados por un motivo. «Si te estabas haciendo ilusiones, ni lo sueñes, chaval». Dijo ella, y la cosa quedó clara.
Al día siguiente, Viviana salió a correr como era su costumbre a muy primera hora. Recorrió el Paseo del Espolón varias veces, al lado del río Arlanzón. A su vuelta Eduardo estaba dándose una ducha. Ella entró en el cuarto de baño descaradamente, con el pegajoso vapor de la ducha empañando el espejo.
—Te propongo un trato.
Eduardo se sobresaltó desde la ducha al oír su voz sin previo aviso.
—Sorpréndeme. —Este asomó la cabeza por encima de la mampara.
—Tengo que pasar unos días aquí, y como habrás comprobado, no conozco nada. Mis asesores me dicen que sería buena idea ir acompañado para dar una imagen más familiar —dijo esto último con evidente tono sarcástico—. ¿Que pides por acompañarme y convertirte en una persona decente cinco días?
—Yo creo que unos quinientos euros, ¿no? —contestó sin pensarlo.
—Que sean mil —aceptó Viviana—, y te disfrazarás con ropa nueva más aceptable.
Eduardo salió de la ducha como vino al mundo. Cogió una toalla y se la puso alrededor de la cintura con una sonrisa descarada.
—¿Crees que este cuerpo necesita disfrazarse?
Viviana lo miraba mordiéndose el labio.
—Sin duda. Tienes un cuerpazo de niño desaprovechado. Viste como un hombre y luego me haces de nuevo esa pregunta.
Dibujó con un dedo un corazón en el espejo, que partió con una veloz raya final atravesándolo y salió del aseo. Eduardo soltó una risa.
Esa mañana, Eduardo pasó por las boutiques de ropa más caras de Burgos. Las conocía de vista, pero evidentemente nunca había ni siquiera mirado sus escaparates. ¿Pantalones de tela? ¿En serio? Jamás hubiera imaginado probar algo así en su vida. Viviana le había dado una de esas tarjetas de crédito color dorado de la que emanaba dinero a borbotones. «Gasta lo que necesites», le dijo. Nada de esto encajaba en la vida diaria de Eduardo. Su mundo era de cultura subterránea. Literatura pulp, música oscura y cervezas. Sin duda, esta ropa era el disfraz más caro que había visto en su vida.
«Qué lástima de dinero», pensó para sí viendo el derroche en ropa. Entonces se le ocurrió la malévola idea de usarlo en algo más. «Viviana dijo que usar esto en algo decente», trajinó dándole vueltas a la cabeza. La llamó para preguntarle: «Oye, debo usar la VISA para cosas decentes, verdad», «Todo lo decentes que creas que es lo correcto», contestó ella. «Perfecto». Colgó la llamada y entró en una tienda de cómics. Arrasó con al menos 20 volúmenes de legendarios Weird Tales en sus fundas de protección —incluyendo, por supuesto, el número de febrero de 1928 con La llamada de Cthulhu—, así como unos cuantos funkos que no tenía. Luego se pasó por la tienda habitual que nunca le hacía rebaja por comprar de formar asidua. «Hola Alfredo. Me recuerdas, ¿verdad?”. El dueño lo miró entre un gesto de asombro y de «tío, ¿tú estás pirado?». «Claro que te conozco, Eduardo. Vienes al menos tres días a la semana a manosearlo todo», contestó desde el mostrador. Eduardo sacó su mejor sonrisa de despecho y le soltó: «Pues no tienes ni idea de cómo te has equivocado conmigo». Alzó las bolsas repletas de las revistas de colección para que las viera, y con un giro triunfal le dio la espalda y salió de la tienda. «¿En qué película he visto yo antes una escena así de chorra?», se quedó pensando Alfredo cuando el otro salió por la puerta.
Cuando Viviana volvió al hotel casi a mediodía, Eduardo le esperaba hecho un pincel, con revistas esparcidas por toda la cama. Viviana se echó la mano a la frente con un sonoro golpe negando con la cabeza.
Fueron a una comida de negocios con una pareja de representantes de un sello chino, un par de reuniones rápidas con dos empresarios del metal y un cóctel cena de una importante editorial de novela romántica. Durante los dos siguientes días, fueron a más tediosos y aburridos eventos y reuniones. Por las noches empezaron a palabras mayores tras las noches de charlas y risas en el hotel. Una cama estaba ocupada por los Weird Tales, así que tuvieron que compartir la principal. Qué remedio.
El cuarto día estaba bastante vacía la agenda de Viviana, así que decidieron dar una vuelta paseando por Burgos. En esta ocasión, fue Eduardo el que le enseñó sus lugares habituales. Tiendas extrañas llenas de chavales que hablaban de cosas intrascendentes, hipotéticas y oscuras. ¿Un calamar que dominaría el mundo? ¿Eso era tema de conversación? Si Lovecraft levantara la cabeza estaría orgulloso de su legado. Visitaron también alguno de los bares más pequeños y plagados de gente alborotada que Viviana no podía más que llamar antros. Finalmente, la noche la cerraron con dos eventos multitudinarios. «¿Nunca has estado en la ópera? Es hora de ponerle remedio», dijo ella antes de llevarlo a ver La bohemia. Tras la actuación, llegó la inevitable réplica de Eduardo. «Si eso te pareció intenso y lleno de sentimientos, espera que te llevo a otro lugar y me cuentas», sentenció este. Así que la noche la cerraron con un concierto en un lugar llamado sala Hangar. Ella misteriosamente disfrutó del calor y el ambiente sofocante del lugar, pero sobre todo de la potencia de sonido que la envolvía. Su cuerpo palpitaba sintiendo el bombeo de esos instrumentos de ruidosa e intensa música. Eduardo estaba poseído en esa actuación. «Increíble, Amorphis tocando en Burgos», decía. Debía ser algo extraordinario en su círculo.
Finalmente la semana pasó y el acuerdo de ambos finalizó. Habían compartido mucho más que un simple trato de servicios, pero Viviana volvió a la realidad.
—Vente conmigo a Madrid —le ofreció a Eduardo en un arrebato—. Puedes vivir conmigo, permanecer en mi casa el tiempo que quieras. Vendrás conmigo a todos los viajes que realizo y verás cosas por todo el mundo.
—Eso no es vida para mí, Viviana —respondió Eduardo acariciándole el rostro—. Mi sitio es este. Mis costumbres, mi gente y tu vida es radicalmente diferente a la mía. Sería mantener el disfraz de forma perpetua.
—Podrías ser quien quisieras.
—Ya soy quien quiero ser. Y si me lo pides, aquí estaré esperándote. Pero me temo que eres tú la que debes cambiar —continuó mirándola con pesar—. No es normal que tengas que pagar a alguien que encuentres por la calle como yo para que te sientas acompañada. Estarás por todo el mundo, pero sola si no cambias tus prioridades.
Viviana se marchó finalmente, presionada por las llamadas de su superior en la agencia para la que trabajaba. Su tiempo en Burgos había acabado y debía preparar las reuniones de la semana siguiente en Malta.
Meses después, en su casa de Gamonal, Eduardo empezó a escuchar gritos de gente en la calle, con una música estridente de fondo. ¿Una fiesta? Eran las diez de la mañana de un domingo y esa semana no había nada que celebrar. Se asomó a la ventana de su piso tercero y vio una limusina blanca acercarse. Tenía el techo corredizo abierto y, de él, emanaba a borbotones la música del Silver Bride de Amorphis. Una decena de chavales jaleando acompañaba a la carrera al coche, que paró justo debajo de su edificio. Por la portezuela del techo apareció Viviana, con una camiseta oscura con la cara de Lovecraft. Eduardo trató de mantener el gesto serio, pero le fue imposible y una sonora carcajada salio como un torrente cuando la vio saltar del techo al suelo y entro el portal tarareando a gritos en un espanglish perfecto la canción estridente de fondo.
Eduardo bajó a esperarla en la puerta de casa.
—¿Qué haces aquí? ¿De nuevo negocios en Burgos? —preguntó Eduardo tratando de dominar la sonrisa del rostro.
—Me he despedido. Tenías razón. Lo he pensado. Mi dinero ya desborda las cuentas corrientes y creo que es hora de disfrutarlo —contestó ella con una dulce mirada, sin dejar de fijarse en los ojos de Eduardo—. Te he echado mucho de menos, y sé que me arrepentiría el resto de mi existencia si dejara pasar esta ocasión.
La sonrisa de Eduardo finalmente triunfó sin poder evitarlo. Se abalanzó hacia ella y se fundieron en un interminable beso.
Reto 52 relatos
Esta es una de las historias para el reto de 52 relatos de 2019 propuesta por Literup en su #52retosliterup. Puedes ver el resto en el índice general de los 52 retos de escritura. No dudes en revisar el resto 😉
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