Reto de la semana 18: Utiliza el efecto Rashomon en tu relato para mostrar una fiesta de cumpleaños que acaba mal.
Aclaración del efecto Rashomon
Pues resulta que yo no tenía ni idea de qué era el efecto ese Rashomon, así que tirando de wikipedia he descubierto lo que es. Por lo visto es un efecto en el argumento de una historia, ya sea narrada, cinematográfica o como se realice, por el cual se observa una misma escena o hecho desde varios puntos de vista. Cada punto de vista es subjetivo. Cada personaje lo ve desde su particular percepción. Por ello, cada uno narra lo mismo, pero de forma que puede ser totalmente diferente.
El nombre de dicho efecto viene de la película Rashomon dirigida por Akira Kurosawa hace una burrada de años, por allá en 1950.
Pues lo dicho, ahora toca hablar de una fiesta de cumpleaños narrada con dicho efecto. ¡Allá vamos!
Reto 18
Vale, respira, ya falta poco. Se está demorando demasiado. Normalmente entro en la gigantesca tarta justo en la puerta del domicilio y nada más abrir, ya están cantando y puedo salir para dar la sorpresa. Pero esa ocasión están tardando mucho más de lo habitual y el calor empieza a ser sofocante. Se oyen muchos ruidos fuera. Sin duda la fiesta de cumpleaños está en marcha, pero no hacen ni caso a la tarta. Dios, qué calor. Aquí dentro suena parecido a cuando estás debajo del agua. Siempre retumba todo, se distorsionan voces. Por esto suelo avisar a los que me contratan que le den tres golpecitos a la base de la tarta al mismo tiempo que gritan el típico «¡Sorpresa!».
Por fin oigo más ruido a mi alrededor. Mueven de nuevo la tarta en una dirección, conmigo dentro. Más alboroto, se acerca el momento. Estupendo, empiezan a entonar la canción de cumpleaños feliz. Eso es buena noticia. Me tocará enseguida. Con risas y gritos cada vez más altos acaba la canción de las narices y… «¡Sorpresa!», por fin se escucha nítido en el exterior. No hacen falta ni los golpecitos. Salgo empujando la parte superior de la estructura y una cegadora luz brillante inunda mis ojos. Maldición. Saco mi mejor sonrisa parpadeando sin parar para adecuar la vista al contraluz que entra por el balcón, hacia donde han dejado apuntando la tarta. Allí está el chico, delgado, no muy alto, rodeado de sus amigos en la terraza por la que entra un haz de luz atosigadora. Algo no va bien, no se sorprende. Su cara es de… ¿desprecio?, ¿apatía? Está retrocediendo, hasta chocar con el culo en la barandilla. «¡Dios, no!», se está volcando hacia atrás violentamente, sobrepasando el borde. ¡Desaparece detrás de la barandilla! Trato de salir corriendo hacia él, pero no puedo. Tropiezo y toda la estructura de la tarta cae al suelo, en un caos de gritos histéricos.
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Hasta los huevos. No era muy tarde, es cierto. Quizá las nueve, o las diez de la noche. Pero ya llevaban horas allí. Cuando empezaban a llegar y estaban dentro de casa no se notaba mucho. Hacían ruido, pero las paredes amortiguan todo lo suficiente para que no molestara en exceso. Sólo cuando salían a fumar se notaba que estaban de fiesta. Pero a partir de las nueve y media aproximadamente empezaron a quedarse fuera. Eso sí era insoportable.
Desde mi balcón les pegué un grito. Ni me escucharon. Insistir y al final me vieron. Con una disculpa que se notaba poco sincera entraron de nuevo. Pero en media hora estaban de nuevo fuera, dando el follón otra vez. Se notaba que era un cumpleaños, porque de vez en cuando cantaban la típica canción entre risas de idiotas. Entré dentro un rato, a eso de las diez. Dentro de casa hacía calor. No había forma de aislarse con tanto ruido fuera, así que salí de nuevo al balcón para fumarme un cigarro un rato más tarde.
En ese momento fue cuando vi al dueño del piso, el chaval ese enclenque que cada vez me gustaba menos. Estaba rodeado de sus amigos, hablando entre risas tontas de borracho y gritos. Tenía claro también que esos cigarros no eran de tabaco normal. Hasta mi balcón llegaba el olor a maría. Estos críos no saben celebrar nada ya en condiciones. Sólo saben divertirse si van hasta las cejas. El caso es que todos empezaron a cantarle de nuevo el cumpleaños feliz allí fuera, y pasó lo que no me imaginaba, pero tampoco me extrañó. Después de la canción, gritaron todos un «¡Sorpresa!», y ahí vi en directo el fatal desenlace. Se empujaron apretujados todos con sus cubatas en las manos y el chaval tropezó de espaldas con la barandilla. Flipé cuando la vi sobrepasar. Joder, dio por lo menos una vuelta o dos en el aire y acabó en el suelo. Dios, que horror. A los del balcón, desde luego, se le pasó el subidón que llevaban encima de golpe. Sinceramente, no creo que nadie tuviera la culpa más que las malditas fiestas desfasadas de estos críos.
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—Está bien. Retomemos una última vez los hechos. Dice que llegó a las nueve aproximadamente al edificio, ¿verdad? —preguntó de nuevo tras una minúscula pausa, apretándose con dos dedos el tabique de la nariz. El oficial de policía ya empezaba a estar cansado.
—Si —contestó Joaquín, visiblemente nervioso —. Más o menos. No se la hora exacta.
—No importa, es por poner una hora aproximada —contestó de nuevo el oficial. En el cuarto estaban los dos sentados uno a cada lado de la mesa. Llevaban ya media hora revisando los acontecimientos. La versión de cada asistente a la fiesta parecía diferente y le irritaba sobremanera. Buscaba desesperadamente puntos comunes—. Entonces, el señor Marco Martínez ya estaba en su casa, según ha dicho, ¿verdad?
—Así es. Celebraba su cumpleaños allí. Fue él mismo el que me abrió la puerta. Había mucha más gente.
—Si, de acuerdo. Ya tengo apuntados en la lista los que dijo anteriormente —interrumpió el oficial revisando con la punta del bolígrafo el papel sobre el que tenía escritos varios nombres—. Entonces, en la fiesta dice que bebieron mucho alcohol, pero que no había otro tipo de sustancia estupefaciente, ¿no es eso?
—Exacto. Sólo Mario fuma, y es tabaco normal. Se lo lía el mismo con papel, pero no lleva ni maría ni nada, se lo aseguro —contestó nervioso. Sólo falta que encima le acusaran de porrero, pensó.
—De acuerdo. Dejemos eso. Ahora volvamos al momento de la tarta. Usted se encontraba dentro de casa, pero cerca del balcón donde dice que estaba el resto, veamos… —siguió de nuevo con la punta del bolígrafo una serie de nombres anotados—, Marco Martínez, Julia Cáñamo, Antonio Redondo, Julián Luengo y Mario Vázquez.
—Eso creo recordar.
—Y entonces trajeron la tarta gigante por el pasillo hasta el comedor, con la chica dentro que habían contratado, ¿correcto? —el rostro del oficial tenía una expresión desaprobación evidente. «Vaya capullos», pensó.
—Exacto. Entonces yo miré la tarta y me uní entonando el cumpleaños feliz con todos. Mientras los demás cantaban, miré de nuevo al balcón porque observé un movimiento raro por el rabillo del ojo. Era Mario, se veía nervioso y observaba fijamente a Marco.
—¿El no cantaba? —interrumpió el oficial, tratando de buscar algún fleco en lo que narraba el chico.
—No. Estaba callado. Apretaba los dientes en un gesto de cabreo, diría yo. Era más o menos normal. Ya le digo que desde la ruptura de Mario con su novia se llevaban a muerte. Verónica se fue luego con Marco, y la sospecha de que se la levantó estando con Mario nunca se ha disipado.
—Pero Verónica se marchó hace ya un año de España y ya no está con ninguno, según decía antes —trató de confirmar el policía.
—Si, se fue a Londres a trabajar y, por lo que sé, allí tiene novio. El caso es que Mario, desde entonces, no aguanta a Marco.
—Continúe con lo que pasó entonces.
—Pues eso, yo vi como Mario apretaba los dientes, y empezó a moverse como disimulando, empujando con el cuerpo a Mario, como si fuera en medio de un concierto donde todos se empujan porque no caben, pero sin intención de maldad. Pero lo empujaba, poco a poco, hasta que me pareció ver un codazo de este y finalmente empujó a Mario hacia la barandilla.
—¿Y Mario se cayó, así como así? ¿Sin defenderse?
—Yo creo que lo pilló de sorpresa. Además, llevaba unas cuantas copas de más. Seguro que no aguantó ni el equilibrio.
—Sabe que eso que dice haber visto es muy grave, ¿verdad? —Miró fijamente de nuevo a los ojos del interrogado. Esta versión era totalmente inverosímil, y distanciaba de todas las demás. «Este tío va a ser un problema», volvió a pensar.
—¡Cojones! ¡Claro que lo es! Yo no di crédito a mis ojos.
—Está bien —contestó el oficial pesadamente—. Dejo anotada toda su declaración. Manténgase disponible. Seguramente volveremos a contactar con usted. Puede marcharse.
—Gracias señor. Espero que detengan a ese hijo de puta.
—Por favor, modere esa lengua y salga ya, por favor —sentenció el oficial.
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“Quizá esta carta nunca llegue a ningún destino. Quizá acabe en el cubo de la basura quemada completamente. Pero ahora mismo no soy capaz de ordenar mi cabeza y dejar de sentir este dolor inmenso. Mañana es mi cumpleaños. Son las cinco de la mañana y no puedo pegar ojo. Ya son demasiados días así. Este maldito sentimiento me tiene destrozado por dentro y no puedo pensar en otra cosa. Ella no va a volver, ya lo ha dicho muchas veces. Yo allí no pinto ya nada. Nunca me lancé y ya es tarde. Tenía razón con los presagios que veía a diario en Instagram. Y ya lo ha confirmado. Se me han adelantado y ya no tiene sentido seguir así. Pero no puedo más y no sé qué hacer. Odio mi cobardía, mi pasividad y ahora mi soledad. Ya no quiero nada de esta vida con este dolor punzante que me atraviesa. No sé si esta carta dejará de existir o será un recuerdo amargo al fondo en un cajón. Pero hoy por hoy, es mi sentencia y sólo quiero que ella sepa cuando la lea que la he amado desde que la conozco y deseo que sea muy feliz, aunque yo no pueda vivir ya en este mundo sin ella.”
Reto 52 relatos
Esta es una de las historias para el reto de 52 relatos de 2019 propuesta por Literup en su #52retosliterup. Puedes ver el resto en el índice general de los 52 retos de escritura. No dudes en revisar el resto 😉
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