Reto de la semana 2: Escribe una historia sin un solo adverbio -mente.
Presentación del reto
Este reto empieza demasiado abierto. Simplemente hay que crear una historia sin un abverbio acabado en -mente, a priori sencillo. Lo que es un poco menos sencillo es buscar una historia que marque el hilo conductor. Para solucionar este problema, he echado mano a una de las herramientas más curiosas para crear relatos al azar: Storygen. En esa web se puede elegir un número de dados, los cuales saltarán al azar con ilustraciones. La idea es realizar un relato usando todos y cada uno de los dibujos a modo de argumento. Cuantos más dados escojas, más compleja será la historia.
Por ello, como este reto tenía tan abierto el argumento, me he basado en 6 dados generados al azar con esta herramienta, y ha salido esto:
Por ello, la historia tratará de tener en cuenta todos esos parámetros de los dados. Mi interpretación de cada dibujo:
- Reparación (de armadura) o rotura.
- Cartas y juegos de azar.
- Muerte, asesinato.
- Amor a los animales, huella en el corazón.
- Armadura, guerrero.
- Elegir dirección, buscar tu camino.
Sin más dilación… aquí tienes el resultado:
Reto 2
El polvo del suelo se elevaba en remolinos asfixiantes al paso del semental. De un negro brillante, su imponente galope obligaba a los mercaderes del camino a detener su marcha para apartarse a un lado. El río de campesinos, aldeanos y vendedores que plagaba la ruta de entrada al poblado de Marnovera desbordaba la vía a esa hora. Se acercaba la víspera en la que se celebraría la entrada del solsticio, y nadie quería perdérselo. Algunos por curiosidad. Otros porque era una oportunidad única para mercadear en la ciudad prohibida. Sus puertas no estaban abiertas para nadie el resto del año. Sin duda, era el lugar más hermético de toda la comarca de Vitrumina, por lo que esa noche acaparaba tanta expectación.
En su interior se mantenían recluidos los más importantes pensadores, hechiceros y prestigiadores de todo el continente. Su fama les predecía. Cuando salían al exterior, sólo con mencionar dónde se habían formado, era garantía de ser escogidos en cualquier lugar para los más altos cargos dignos de reyes. Por ello, este día decenas de adeptos trataban de mostrar sus dotes para ser escogidos entre los pocos afortunados en formar parte de este selecto grupo.
Por otro lado, esa noche era la única en la que sus servicios estaban a disposición de la gente mundana. Se llegaban a pagar insultantes cantidades de monedas por un pronóstico, una receta o un consejo. Beathan Lobhdain estaba desesperado. Esta era su última oportunidad o enloquecería. Debía entrar en Marnovera y averiguar lo que por otros métodos no había conseguido descubrir. Agarró con más fuerza si cabe las riendas de Goraidh, su impresionante caballo de batalla, zarandeándolas para avivar el galope.
Los gritos de la gente inquieta ante la inminente llegada del caballo levantando huracanes de polvareda alertaba a los que estaban más avanzados en el camino. Estos, a su vez, continuaban con la cadena de gritos y sobresaltos expandiéndose como si fuera las ondas de una piedra arrojada contra un lago. A lo lejos, una pareja de guardias del camino observó con el ceño fruncido el caos que Beathan estaba ocasionando. Plantaron sus largos escudos de pico contra el suelo y asieron sus lanzas con fuerza, postrados en medio de la vía de peregrinaje. La vista la tenían fija en el monstruo de guerra que se acercaba a ellos haciendo temblar el suelo. El guerrero no aminoró su paso cuando los vio al acercarse. Con un gesto del brazo indicando que se apartaran cruzó veloz al lado suyo, derribándolos a su paso y haciéndoles caer con un tremendo golpe contra el suelo. La ciudad estaba a la vista ya, y ante todo deseaba por fin poder averiguar si su búsqueda era innecesaria.
Ya estaba oscureciendo cuando llegó. La única entrada a través de las murallas de la ciudad estaba abierta custodiada por decenas de guardias de la hermandad. Los visitantes se agolpaban en el inmenso portal. Las voces de centenares de conversaciones y el sonido de mercancías era atronador. Los días de mercado en la capital Meihadras apenas eran comparables con la agitación de esta noche. Beathan saltó del caballo para llevarlo asido de las riendas y caminó al interior de la ciudad, bajo la desconfiada mirada de la milicia de la hermandad. La noche era húmeda. Encaminó sus pasos a través de las calles que, serpenteando entre las sombras, conducían a su objetivo. Por fin pudo alejarse de la turba de gente y el aire se hizo más respirable. Sintió por primera vez el frío de la noche al abandonar el refugio del gentío que ahora se oía en la lejanía de las calles próximas a la entrada.
Por fin encontró la casa de la que tanto había oído hablar en sus investigaciones. Ató su caballo a una pila de piedras a la entrada y llamó con contundencia a la puerta de madera con dos sonoros golpes. El sonido de unos lentos pasos no se hizo esperar. La puerta se abrió y tras de ella un joven hombre de rostro afable apareció.
—Beathan, ¿verdad? —preguntó sin esperar respuesta.
—Así es. —Si a Beathan le sorprendió que conociera su nombre, no lo aparentó en absoluto.
—Sígame, está todo preparado.
Cruzando un par de habitaciones llegaron a una especie de amplio salón. Tomaron asiento a ambos lados de una mesa central.
—Está bien, dígame qué desea conocer —ofreció el vidente al tiempo que sacaba de una cajita de madera una decorada baraja de cartas.
—Mi hijo, Aalot. Mi descendencia. El único legado de sangre que tengo —respondió Beathan, tratando de encajar en la minúscula silla para su cuerpo—. La muerte se cernió sobre la ciudad de mi familia cuando yo estaba combatiendo en las campañas del río Fjella, hace ya más de una veintena de veranos. Averigüé no hace demasiado que durante la barbarie de fuego, unos cuantos fueron apresados y se los llevaron del lugar antes de reducirlo a cenizas. Mi hijo entre ellos. Desde entonces no vivo más que para dar con su paradero.
—Esa campaña en la que combatiste estaba maldita —sentenció con misterio el extraño hombre—. Todos los integrantes han sufrido calamidades inauditas.
—¡Yo estoy dispuesto a acabar con esa racha! —Beathan golpeó la mesa con su puño, enrojecido de cólera.
—Veremos si es así —respondió el vidente sin alterarse un ápice. Cortó un par de veces la baraja y extendió su brazo para ofrecérsela—. Extraiga seis cartas.
Con sus rudos dedos curtidos en innumerables batallas sacó seis cartas contiguas sin vacilar.
—Usted no cree en esto que estamos haciendo, ¿verdad? —El adivino sorprendió con la pregunta a Beathan, y esta vez sí quedó reflejado en su rostro—. Está aquí por mera desesperación, pero no cree que esto arroje ninguna luz a su búsqueda.
—Déjate de monsergas y lee esas malditas cartas —respondió con rabia el guerrero, tratando de evitar el tema.
—Está bien.
Cogió las dos primeras y les dió la vuelta. Una de ellas mostraba un paisaje con montañas plagadas de un frondoso bosque. La otra una fortaleza baja un sol brillante.
—La tierra y el hogar, cercanía. Tu objetivo está en estas mismas montañas, no muy lejos de aquí.
Los ojos de Beathan se iluminaron un instante, pero enseguida frunció el ceño. Esas palabras habían agitado su determinación, encontrando una fisura hacia la esperanza. Como todo moribundo, en el fondo deseaba creer en algo imposible. El vidente dio la vuelta a la siguientes dos cartas.
—El felino y el corazón —continuó al ver los naipes. Uno era una especie de tigre oculto entre los árboles de un frondoso bosque y el otro un corazón que parecía humano depositado en un plato de metal—. Por la cercanía de la persona que buscas, noto una fuerza que me permite verlo todo muy claro. Sin duda debes buscar un tigre en el corazón de su armadura. Esa es la insignia de los guardias de la hermandad.
Beathan recordó los emblemas de los vigilantes postrados a la entrada de la fortaleza. Asintió con la cabeza.
—Veamos qué mas nos muestran las cartas —prosiguió el adivino volviendo bocarriba las dos restantes—. El decrépito y el camino. Mucho me temo que debes correr —sentenció mirando al rostro del guerrero con severidad.
—¿Dónde debo ir?
—Sal de los muros y busca allí, busca al moribundo. Date prisa.
Beathan echó mano a la bolsa de su cinto y extrajo unas monedas, que arrojó a la mesa mientras se incorporaba de forma violenta. Sin mirar atrás salió al exterior y saltó sobre su caballo para galopar por las calles de la ciudad hasta la entrada de la fortaleza, donde el ruido y la muchedumbre le trajo de nuevo al mundo real. Esquivando al trote los mercaderes y curiosos que lo miraban con cara de disgusto, consiguió salir de nuevo al camino de peregrinaje. Seguía atestado de gentes que iban en dirección a la ciudad. Los evitó a todos, galopando en busca de soldados con el estandarte de la hermandad. Se cruzó a varios en parejas. A su paso examinaba el rostro tras los cascos, pero no reconocía los rasgos de ninguno. «El decrépito», sonó en su cabeza de nuevo. «El moribundo». Un escalofrío recorrió su cuerpo como un relámpago surgido de la nada. «No puede ser», pensó enfurecido. Asió las riendas y galopó con rabia hasta que divisó no muy lejos un numeroso grupo de peregrinos y guardas a un lado del camino, rodeando algo con curiosidad. Se detuvo allí y saltó del caballo, abriéndose paso. Estaban alrededor de un soldado caído en el suelo. Tenía el rostro cubierto de un mezcla de arena y sangre seca. La armadura se había destrozado a la altura de su pecho y estaba hundida hacia dentro. Uno de los soldados que apenas podía sostenerse en pie observó a Beathan y gritó señalándole.
—¡Maldito seas! ¡Este es el monstruo que nos arrolló! ¡Este es el malnacido que ha matado a Aalot!
Reto 52 relatos
Esta es una de las historias para el reto de 52 relatos de 2019 propuesta por Literup en su #52retosliterup. Puedes ver el resto en el índice general de los 52 retos de escritura. No dudes en revisar el resto 😉
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