Reto de la semana 37. Escribe una historia sobre un superhéroe que de pronto pierde sus poderes.
UltraJet corría a una velocidad que apenas cuando empezabas a darte cuenta de que era un humano, ya había pasado muy de largo. Seguía a un coche desbocado que trataba de sortear a los demás vehículos serpenteando el tráfico en la avenida de tres carriles principal de la ciudad. Julio siempre se preguntaba lo mismo cuando huían. ¿Para qué? No tenía sentido. Huir es un acto instintivo muy normal, pero casos como este sabes que no lleva a ningún lado excepto a tu propio desastre, jugándote la vida en cada maniobra forzada para tratar de ganar un poco de ventaja. Al final alcanzó el vehículo como no podía ser de otra manera, colocándose al lado de la ventanilla del conductor sin cesar de correr. El conductor giró la cabeza hacia él. Estaba agobiado. Esta persecución lo había puesto en peor posición que al principio. Sólo había intentado saltarse un control porque en la comida de empresa se le había ido de las manos el vino. Casualidades. Ese peatón no debía haber pasado fuera del paso de cebra. Es cierto que estaba despistado mirando por el espejo si la policía estaba atenta. Tras ese desafortunado atropello, la ansiedad se apoderó de él, y la espiral de acontecimientos se incrementó hasta verse perseguido por el mismo UltraJet. Unos golpes en la ventanilla le sacaron de sus pensamientos.
—Vamos, ¡para ahora mismo! —Escuchó al otro lado. El gran UltraJet acababa de llamar a su ventanilla con los nudillos. Carlos miró con cara de desolación y apretó el acelerador.
UltraJet rodeó un coche parado en su carril y aceleró de nuevo para ponerse al otro lado del vehículo del perseguido. Otra vez sus piernas empezaron a dolerle. Notaba que durante los últimos meses cada vez le costaba más acelerar y mantener el ritmo. Es como el dolor muscular de sacar lo máximo sin haber forzado las piernas durante años se hiciera perpetuo. Le asustaba, pero trataba de sobreponerse ignorándolo. Alcanzó la ventanilla del copiloto y esta vez no la golpeó para llamar, sino que la reventó con un fuerte golpe con el codo. El cristal se rompió formando un círculo como si fuera una telaraña desde el punto del impacto. Le pegó de nuevo para tratar de abrir un agujero mayor. En ese momento, el conductor frenó en seco presa del pánico. Julio, sin poder frenar, miró hacia atrás desconcertado. Se golpeó sin querer con el coche de delante y cayó al suelo rodando por la aceleración. Una mueca de dolor oscureció su rostro.
Enfurecido se levantó de un salto y volvió hasta el coche del huidizo infractor. Agarró el mango de la puerta del copiloto y tiró de ella con todas sus fuerzas. Sólo se oyó un leve crujido de metal. El marco se desencajó un poco, pero la puerta permaneció cerrada. “Maldita sea, qué dolor”, pensó Julio cuando notó la sacudida en el brazo por la fuerza utilizada sin éxito. Lo normal es que con su fuerza la puerta hubiera salido volando a más de veinte metros. Es cierto que hubiera sido un acto desmesurado para esa infracción, pero ahora la rabia se apoderaba de él. Sin embargo, apenas había podido ejercer más fuerza que un forzudo de gimnasio de barrio. “¿Qué diablos me está pasando?”, pensó consternado. Finalmente asomó la cabeza por la ventanilla para dirigirse al asustado conductor. Estaba pegado a la otra ventanilla como una rata asustada, mirando con ojos desorbitados a UltraJet. Este, señaló con un dedo el pivote del cierre de la puerta.
—Abre-la-puerta-del-coche —pronunció lentamente en voz alta, gesticulando exageradamente para que pudiera entenderle el del coche tras el cristal sin oír su voz.
El conductor estaba en shock. No reaccionaba. Julio golpeó de nuevo el cristal esta vez llamando con la base del puño y volvió a señalar al pivote. “Esto es vergonzoso”, suspiró pensando en la escena: el gran UltraJet sin poder abrir la puerta de un coche, pidiendo a un delincuente que por favor abriera su puerta.
—¡Que abras la puta puerta!
El otro individuo seguía acurrucado en su lado, sin intención de moverse lo más mínimo. En ese momento escuchó las sirenas de la policía llegar. UltraJet levantó la cabeza y se alejó del coche, cojeando levemente de una pierna. El coche patrulla llegó a su altura y paró de un frenazo. Julio se asustó de lo cerca que se detuvo y dio un pequeño respingo atrás. Los ocupantes del vehículo policía se miraron extrañados, con una leve risita sobre sus labios. Salieron del coche.
—Buenos días UltraJet —dijeron en un saludo—.
—Hola chicos.
—Gracias por parar a este pájaro. Podía haber provocado un caos mucho más grande. Ya es cosa nuestra. —Julio asintió.
—Perfecto.
—Buen trabajo, y cuídate esa pierna —dijo el compañero del primer policía, moviendo la cabeza hacia la pierna con la que notablemente cojeaba UltraJet.
—Sí, gracias —respondió Julio, dándose un pequeño masaje sobre el muslo. Tras eso, giró sobre sus pasos y se fue andando por la acera, tranquilamente, a la parada de autobús más próxima.
La consulta estaba repleta ese día. Normal, vuelta de vacaciones. Decenas de ancianos con achaques, que retenían sus dolencias hasta regresar de la playa, estaban ahora apiñados esperando su turno.
—¡Siguiente! —se escuchó tras la puerta. Julio se levantó de su asiento y entró dentro del despacho del médico de cabecera.
—Buenos días UltraJet. Me alegro de verte —saludó el doctor nada más reconocerlo.
—Hola don Rogelio —contestó este. Tomó asiento ante el gesto del médico señalando a una silla vacía.
—Bueno, me temo que no tenemos muy buenas noticias. —Manojeó unos cuantos papeles y agarró uno de ellos leyéndolo con unos pequeños anteojos. —Por lo visto, con los últimos resultados de sangre que pedimos, puedo confirmar mis sospechas.
—¿Estoy mal? —interrumpió preocupado Julio.
—No, no es eso —contestó rápidamente el doctor—. A ver, no es que estés mal. Estás normal, y ese quizá sea el problema.
UltraJet miró extrañado, sin comprender.
—Sí, te explico —continuó Rogelio—. Tus anteriores análisis de sangre eran extraordinarios. Tu metabolismo a tenor de las anteriores pruebas era hiperacelerado. Rompías todas las métricas, por lo que, como ya sabes, no teníamos forma de evaluarte. Toda la vida has sido una excepción. —Se ajustó de nuevo los anteojos y miró el papel del análisis—. Pero en este caso, tus métricas empiezan a ser normales, después de treinta y dos años siendo tan especiales. ¿Entiendes?
—Claro que lo entiendo —respondió Julio consternado—. Empiezo a ser uno cualquiera.
—No exactamente, Julio —aclaró el doctor mirando a este fijamente—. Tu metabolismo se ralentiza aceleradamente. Se deteriora a gran velocidad. Tu fuerza, tu cuerpo, tu vida… se va a pique.
Reto 52 relatos
Esta es una de las historias para el reto de 52 relatos de 2019 propuesta por Literup en su #52retosliterup. Puedes ver el resto en el índice general de los 52 retos de escritura. No dudes en revisar el resto 😉
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