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Reto 52 relatos 2019: Semana 11

21 agosto, 2019 Por Vicente

Reto de la semana 11: Escribe una ucronía con la invención de la imprenta en 1440 por Johannes Gutenberg.

Tras las ventanas cerradas con postigos de madera volvía a resplandecer en la cerrada noche el incandescente brillo de las velas en el interior de la orfebrería. Johannes Gutenberg llevaba ya meses perfeccionando los que llamó tipos móviles, pequeñas piezas con letras talladas en moldes de metal. La gente que pasaba a arreglar su bisutería, a enderezar sus utensilios de plata o encargar figuras con rostros de sus familiares no dejaban de asombrarse extrañados de sus últimas prácticas. Sobre la mesa de madera acicalada de rasguños por el paso del tiempo y el duro trabajo de la herrería reposaban cientos de pequeñas piezas metálicas con una letra «E» mayúscula grabada. La semana pasada era la «j» minúscula y la anterior la «Y» mayúscula.

«¿Qué pretendes hacer con esas inútiles letras?», preguntaba alguno mientras esperaba su encargo, jugueteando con las curiosas piezas metálicas. «¿Que qué voy a hacer?», preguntaba divertido Johannes. «Historia, amigo mío. Voy a crear e inmortalizar la historia», afirmaba convencido.

Tras otros cuantos meses trabajando a altas horas de la noche, por fin tenía más de dos mil piezas, separadas de forma organizada en pequeños cajones de madera. Todo el alfabeto, con mayúsculas y minúsculas, y algún signo de puntuación. Todo estaba preparado.

Su compañero Hanz Riffe le preguntó qué faltaba. «Lo primordial ahora es el molde de las hojas», contestó golpeando una gran plancha de metal, alisándola con precisión. Tras acabarla, hizo cuatro grandes hendiduras cuadradas, como columnas para hojas de libros, donde podría introducir las piezas. Comprobó que encajaban perfectamente, y que la parte que sobresalía de los relieves de las letras en cada pieza quedaba lo suficientemente superficial para poder aplicarle la tinta sin emborronar el papiro. La plancha de metal una vez rellena parecía un puzle, un inmenso crucigrama en el que las letras empezaban a formar palabras, las palabras frases y las frases historias.

Cuando todo estaba dispuesto, llegó el momento de la elección. Había que escoger el primer texto real, el primer libro impreso en la máquina de Johannes con sus tipos móviles. Sus páginas estarían dispuestas en cuatro bloques de 42 líneas en la plancha de metal. Y tras eso, una vez montada, podría reproducir cada papiro con una rapidez extraordinaria y crear libros en cadena. Por fin la lectura estaría al alcance de todos, y no sólo para los eruditos.

Antiguas letras de imprenta

Por supuesto, la Iglesia se hizo eco del trabajo de Gutenberg antes de acabarlo. Se presentaron antes de tan siquiera poder poner en marcha su creación.

«Sin duda, el libro de nuestro Señor es el que debe consagrar tu invento», replicó el representante del clero de mayor rango en Maguncia, al ver la gran máquina de Gutenberg. El orfebre no pudo más que asentir. Su vida podía pender de su respuesta. Con los representantes de la fe no cabía discusión. «Perfecto, mañana empezaremos sin falta a primera hora», sentenció el obispo, y marchó con su séquito de monjes dejando el taller de orfebrería con un Gutenberg desolado. No tenía nada en contra de las escrituras del Señor, pero sentía que dejaba de ser el padre de su propia creación. Alguien le usurpaba incluso antes de probar su imprenta el grandioso invento para sus propios fines. Un repentino escalofrío le recorrió la espina dorsal hasta la nuca. La terrible idea de que pudieran arrebatarle del artilugio una vez probado se alojó en un rincón de su cerebro. ¿Y si querían prescindir de él? ¿Y si consideraban que este mecanismo iba en contra de las escrituras y del trabajo centenario de los escribas en sus monasterios?

La puerta de la orfebrería se volvió a abrir de golpe. Una figura encapuchada apareció tras una ráfaga de gélido aire nocturno. Las llamas de las velas bailaron a su son hasta que cerró la puerta tras de sí.

Gutenberg miró inquieto al extraño. «¿Quién sois?», preguntó molesto. La extraña figura permaneció en silencio, inmóvil. Tras la capucha se intuía un hombre de piel quemada por el sol y rasgos árabes. Johannes agarró el primer utensilio metálico que encontró y amenazó al intruso con más miedo que firmeza. «Váyase de aquí». El extraño se llevó lentamente un dedo a los labios en silencio. Gutenberg, perplejo, fue bajando el atizador de metal que había cogido para defenderse. El extraño rebuscó algo en el interior de su túnica. Con dificultad consiguió sacar un extraño libro. Gutenberg sintió que el aire de la estancia empezaba a empañarse con una extraña sensación glacial. Las llamas de las velas danzaron, luchando por no sofocarse en un parpadeo. Costaba respirar. El personaje de la túnica de paño oscuro dejó el libro sobre la mesa, junto a las cajetillas de las piezas con las letras de la imprenta. Gutenberg observó el tomo. Estaba terriblemente dañado. Las hojas tenían un color amarillo enfermizo salpicado de manchas oscuras, como de sangre seca. Pero lo que más le llamó la atención era el forro que cubría la cubierta. Parecía piel, pero no tenía ningún tipo de tratamiento. Era como si hubiera sido arrancado el pellejo de alguna criatura y colocada a jirones formando una tapa rugosa y putrefacta.

Gutenberg se llevó la mano a la boca y se cubrió la nariz en un gesto instintivo de disgusto. La sensación de repugnancia le llegaba a las fosas nasales. Miró de nuevo hacia la posición del intruso, pero había desaparecido. Sólo vio la puerta de entrada abierta y la estancia vacía. Se asomó al exterior, pero no había nadie en el vacío de la calle.

Entró de nuevo en la orfebrería y cogió el libro, ojeándolo. No entendía absolutamente nada de lo escrito, pero las letras eran latinas, las mismas que él había creado. Entonces decidió que ese sería el tomo con el que probaría su imprenta. Ese texto intrigante sería reproducido antes de que ningún cargo eclesiástico ni religión le robara el trabajo de tantos años. Abrió la primera página tras la rugosa tapa y leyó en voz alta el título del primer libro de la historia que sería impreso por la máquina de Johannes Gutenberg: «Necronomicón».

Reto 52 relatos

Esta es una de las historias para el reto de 52 relatos de 2019 propuesta por Literup en su #52retosliterup. Puedes ver el resto en el índice general de los 52 retos de escritura. No dudes en revisar el resto 😉

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Acerca de Vicente

Después de varios años de invernar en las cavernas de la informática, por fin he vuelto a despertar al mundo de la lectura. Por ello, quiero compartir contigo mis opiniones y descubrimientos. ¿Te apuntas?

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